Relato corto/ El llanero que se le salvó al Libertador

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Año de 1813, con el apuro de las victorias el Libertador había llegado a Trujillo. En Colombia había dejado el paso inicial de su campaña admirable. No fue sino llegar y una detonación amenazó su tranquilidad. Con decisión envió a un hombre que, de cargar uniforme y carabina pudo haber parecido soldado, pero aparte de andar descalzo, sin camisa y arrastrando el coraje del llano, era obediente y ante la orden de su superior, respondió:
─Pa´ luego es tarde, mi general ─ y al hablar contaminó el ambiente con el olor a caña barata, a alcohol destilado para los tragos amargos de la guerra.
─Tiene orden de que ponga orden, vaya, pero la próxima vez que lo necesite y tenga otra pea, lo mando a fusilar en el acto.
─En-tendi-di-do, mi general.
El llanero fue, y como era de esperarse, puso orden, según la orden.
Dos meses después, otra amenaza irrumpe en la paz del padre de la patria, quien escribía su controvertido “Decreto de Guerra a Muerte”. Mandó por el llanero para que nuevamente le diera la tranquilidad que necesitaba, y al verlo en aquel estado de ebriedad, fue implacable con él:
─Le dije hace dos meses que si lo necesitaba y tenía otra pea, lo mandaba a fusilar de inmediato.
─¡Sí!, mi general ─dijo el llanero, vaciando en las entrañas del jefe, aquel olor vivo de alcohol que le dio el impulso para terminar de responder ─ pero esta no es otra pea, es la misma desde hace dos meses.
Y gracias a eso se salvó.

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