Concurso de Nano Narrativa (Semana 12) – El silbido

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Fuente de la imagen: Pixabay

El silbido


Sólo pasaron 10 días, después del nacimiento de Hilda y su madre murió. La recién nacida y ahora huérfana fue criada por su padre Juan de La Cruz. Vivían en una casa de bahareque, en la montaña, que quedada bastante distanciada del pueblo más cercano.


A los dos años de edad, Hilda sufrió de poliomielitis por falta de vacunación y sus piernas sufrieron daño para siempre.

A los ochos años fue por primera vez a la escuela. Los niños empezaron a llamarla la renca y la tropezaban para que se cayera. Fueron cinco días insoportables para la vida de Hilda.

Luego de esa primera semana escolar, Juan de La Cruz se sorprendió cuando su hija le dijo que no volvería más para ese lugar. El tono de Hilda, aún con su corta edad, era firme. Él le sonrió con su encía casi desdentada y le dijo:

-¡Arréglese que nos vamos para la laguna!

Los dos pasaron esa mañana bañándose en una laguna paradisíaca. De regreso, Hilda se cayó y, como aún estaba húmeda, su vestido se encharcó mientras sus rodillas sangraban. Él la levantó y la sentó en una gran piedra.

Fue de vuelta a la laguna para traer agua. A su regreso, silbaba una melodía que había escuchado en la radio. Con su propia camisa le limpió las heridas y le dijo, en tono apacible:

-Muchas veces te caerás pero tienes que aprender a levantarte.

Hilda no fue más para la escuela. Se dedicó a aprender a cocinar con su tía Ernestina que vivía en una casa antes de llegar al pueblo.

A la edad de catorce años, ella preparaba los dulces más deliciosos que alguien haya probado jamás. Su fama se extendió incluso a pueblos cercanos y así conoció a Francisco, su marido, y padre de sus dos hijos.

Ella nunca se fue de la casa de su Padre así como tampoco dejó de caerse por su torpeza al caminar.

Hoy, muchos años han pasado, ella, aún en el piso, se limpiaba las palmas de sus manos y sus rodillas, mientras la melodía del silbido de su papá llegaba a su memoria.

Su padre había fallecido e Hilda fue a llevarle flores al cementerio. Estaba acompañada de su hijo mayor Juan Francisco quien corrió para socorrerla, pero ella, con una sonrisa nostálgica, le dijo:

-Déjame un momento aquí; estoy pensando en mi padre.


Canción que inspiró este cuento: Hoy, de Edgar Alexander

Fuente: Youtube, canal de César Eduardo Martínez Vaamonde

Si desea participar visite esta página Concurso de Nano Narrativa (Semana 12).

Gracias por leer. Bienvenidos sus comentarios.

Saludos Infinitos y hasta una próxima publicación.

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Que hermosa historia, Marcy.
Hacía mucho que no escuchaba esta canción. La asocio con el TADEHU. Creo que ahí la escuché por primera vez (o al menos le puse atención a la letra).
Una melodía melosa y ese silbido...
Que bonito como quedó plasmado en la historia.

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Ese silbido es inolvidable!
Imagínate, yo tenía tiempo que no oía hablar de Tadehu. La ciudad y los tiempos se encuentran!
Un abrazote @hlezama

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