Tendría unos 13 años. Mis papás asistían a reuniones de carácter comunitario en la ciudad pontálida del Táchira: Rubio. Como casi siempre ocurría, mis hermanos y yo también íbamos a esas reuniones largas y aburridas que no despertaban interés alguno en nosotros.

Aquella tarde, estábamos a la espera del inicio de la reunión que se cumpliría en un salón de una vivienda ubicada en el centro urbano. Algunas personas permanecían afuera para evitar la aglomeración en aquel espacio cerrado antes de iniciar. Por alguna razón le pedí a mi papá la llave de la camioneta, para ir a buscar no sé qué. Así que, fui sin inconvenientes, entré al carro, hice lo que tenía que hacer y volví a cerrar. Me di la vuelta para entrar a la casa a paso apresurado y no me percaté de la grieta en la acera. Llevaba unas sandalias, cómo olvidarlo. ¡Saz! Me caí delante de todos. Lo peor, no fue una caída cualquiera. Ni siquiera tuve tiempo de meter mis brazos para evitar el golpe. En menos de un segundo tenía mi cara sobre el cemento. No recuerdo cómo me levanté, ni si alguien me ayudó a levantarme. Lo cierto es que segundos después mi mamá me sentó en una silla mientras pasaba el dolor horrible y la sensación de tener un labio enorme. En cuanto pudimos nos fuimos caminando a casa de mi padrino, que vivía a pocos metros, para aliviar con hielo el efecto del duro golpe en la zona superior de la boca. Nada más pensar cuántas personas me vieron y luego tener que ir a clases con la marca de la cicatrización de la herida en esa parte tan visible. Nunca faltó la interrogante sobre qué me había pasado. Fue una situación vergonzosa para mi.

Me parece chistoso, además, otra anécdota que tuvimos en otra de esas reuniones de la comunidad que se realizó una tarde en un espacio abierto junto a otros vecinos. Ese día no éramos muchas las personas, pocos adultos y algunos niños y adolescentes, entre ellos mis hermanos y yo que sentados en la grama de la cancha escuchábamos los temas que abordaban esos líderes comunales, cuestionados por algunos. Serian más de las seis de la tarde, creo, y por el entorno natural se empezaban a escuchar algunos grillos y un coro de sapos que provenía de la maleza en un humedal adyacente. De repente hubo un silencio y para mal de mi hermano menor que dejó escapar una flatulencia. Recuerdo tanto a las palabras de aquel señor, el que presidía la reunión: ¡Al amiguito le están cantando las ranas!. Entre pena y risa tuvimos que pasar el vergonzoso momento. Después cada vez que queríamos molestar a mi hermano le preguntábamos: Luis, ¿no le han cantado los ranas?

En otra oportunidad, ya casi en la edad adulta, pasé otro momento vergonzoso. Una de mis compañeras de universidad y yo entramos a la clase equivocada, con razón no reconocimos a ninguno de los compañeros. Era el grupo de segundo año de la escuela de Comunicación Social en la materia de Diseño y Diagramación (si mal no recuerdo). Nosotras éramos las nuevas del primer año y esperábamos asistir a la clase de Introducción a la Computación. ¡Que pena! Estuvimos en el aula equivocada.

Con el tiempo, estas situaciones y otras que en este momento no recuerdo a detalle han pasado a ser detonantes de risa por vivir esos momentos que, de más está decir, no volverán.

I was about 13 years old. My parents were attending community meetings in the Pontálida city of Táchira: Rubio. As was almost always the case, my siblings and I also went to those long and boring meetings that did not arouse any interest in us.

That afternoon, we were waiting for the beginning of the meeting that would take place in a room of a house located in the urban center. Some people remained outside to avoid the agglomeration in that closed space before the beginning of the meeting. For some reason I asked my dad for the key to the van, to go and look for I don't know what. So, I went without inconvenience, got in the car, did what I had to do and locked up again. I turned around to enter the house at a hurried pace and didn't notice the crack in the sidewalk. I was wearing sandals, how could I forget. Saz! I fell in front of everyone. What's worse, it wasn't just any fall. I didn't even have time to tuck my arms in to avoid the blow. In less than a second I had my face on the cement. I don't remember how I got up, or if anyone helped me up. What is certain is that seconds later my mom sat me on a chair while the horrible pain and the sensation of having a huge lip passed. As soon as we could, we walked to my godfather's house, who lived a few meters away, to alleviate the effect of the hard blow to the upper part of my mouth with ice. Just to think how many people saw me and then having to go to class with the scar mark of the wound healing in that very visible part. There was never a lack of questions about what had happened to me. It was an embarrassing situation for me.

I find it funny besides another anecdote that we had in another of those community meetings that took place one afternoon in an open space with other neighbors. That day there were not many people, just a few adults and some children and teenagers, among them my brothers and I, sitting on the grass of the field, listening to the topics that those community leaders, questioned by some, addressed. It was around six o'clock in the afternoon, I think, and through the natural environment we could hear some crickets and a chorus of toads coming from the undergrowth in an adjacent wetland. Suddenly there was silence and much to the chagrin of my younger brother who let out a flatulence. I remember so much the words of that gentleman, the one who presided over the meeting: "The frogs are singing to my little friend! Between sorrow and laughter we had to pass the embarrassing moment. Later, every time we wanted to bother my brother, we would ask him: "Luis, didn't the frogs sing to him? Luis, didn't the frogs sing to him?

Another time, almost in adulthood, I had another embarrassing moment. One of my college classmates and I walked into the wrong class, no wonder we didn't recognize any of our classmates. It was the sophomore class of the School of Mass Communications in the Design and Layout class (if I remember correctly). We were the new freshmen and expected to attend the Introduction to Computer Science class. Too bad! We were in the wrong classroom.

Over time, these situations and others that I don't remember in detail have become triggers of laughter for living those moments that, needless to say, will never come back.