The Puppet Master. Chapter I [Eng/Esp]

The third corpse found near the pier reminded the inhabitants of the serial killer who years ago caused deep terror in the small coastal town of Santa Fe and who could never be caught.
The particular crime scene and the state of the bodies, undoubtedly was what most attracted the attention of the detectives in charge of the case, while for the villagers their biggest concern was whether they would be able to discover who was behind the abominable crimes.

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The surroundings of the St. Banné pier, more congested than usual at that hour of the morning, were crowded with passers-by who swarmed through its narrow alleys amidst jostling and the incessant splashing under their feet, product of the copious rain fallen during the night. All driven by the desire to know firsthand the terrible events.

Mariano, covered only with a thick bathrobe, made his way abruptly through the crowd. The news of the macabre discovery had reached his ears in the middle of the morning shower thanks to the town crier, who loudly announced a new corpse on the pier.

He got out of the shower immediately, took the robe provided by the hotel and with only his camera in hand, hurried to the pier. He could not allow the vermin Julian de la Cruz to get the scoop again.

Finally after a few pushes and with soaked feet he found himself face to face with the terrible scene.

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Marina Rue, Yoco's third victim; Thirty-four years old, a Literature teacher and like the previous victims, a regular visitor to Café Le Fleur was sitting in her usual spot.

A cup of coffee occupied her right hand, while with the other she pretended to hold the pages of a half-read book.

Sunglasses that hid her empty eye sockets and a macabre smile drawn on her face, thanks to two red threads that went up from the corner of her lips to the most prominent part of her cheekbones, turning the scene into a scene worthy of a horror film.

And it was precisely that smile that sowed terror among the inhabitants of Yoco, who immediately noticed the similarities between the current victims and those of the "Puppeteer ", as the serial killer of Santa Fe was baptized.

But unlike that one, who took care to carefully conceal his victims, the Yoco killer seemed to take pleasure in publicly displaying them in such a grotesque manner, which led detectives to wander through two hypotheses.

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The first led them to suspect the existence of a copycat a little more daring than the original killer or even a narcissist. And the second was based on the fact that after a few years the Santa Fe killer had gained confidence and decided to show the world what he was capable of doing. But until that moment none of the evidence found made them tip the scales towards either of the two options.

And it was precisely because of these events that the young journalist was present in Yoco. The newspaper he worked for sent him to cover the news of the mysterious findings in the hope of increasing sales and saving it from the bankruptcy in which it was about to fall, for which Mariano had traveled from the capital three days before in search of a great scoop. And he found it. Yoco was a real chaos.

On the one hand, the shocked people were demanding answers from the police department and on the other hand, the press, like vultures on the prowl, were increasing the population's fear with live reports from the scene of the crime that made even the sanest person feel paranoid. And in the middle of it all was Mariano, ready to go after the best shot, the best report and the best interview. Without even imagining where his investigations would lead him.

To be continued...

El tercer cadáver hallado en las cercanías del muelle, hizo recordar a sus habitantes al asesino serial que años atrás causó profundo terror en la pequeña población costera de Santa Fé y que jamás pudo ser atrapado.
La particular escena del crimen y el estado de los cuerpos, sin lugar a dudas era lo que más llamaba la atención de los detectives a cargo del caso, mientras que para los pobladores su mayor preocupacion era si éstos serían capaces de descubrir quién se encontraba detrás de los abominables crímenes.

Los alrededores del muelle St. Banné más congestionados que de costumbre a esa hora de la mañana, estaban atestados de transeúntes que pululaban por sus estrechos callejones entre empujones y el incesante chapoteo bajo sus pies, producto de la copiosa lluvia caída durante la noche. Todos impulsados por el deseo de conocer de primera mano los terribles acontecimientos.

Mariano, cubierto únicamente con una gruesa bata de baño, se abría paso bruscamente entre la muchedumbre. La noticia del macabro hallazgo había llegado a sus oídos en plena ducha matutina gracias al pregonero del pueblo, que a viva voz anunciaba un nuevo cadáver en el muelle.

Salió de la ducha al instante tomando la bata provista por el hotel y con sólo su cámara en mano salió a toda prisa rumbo al muelle. No podía permitir que la sabandija de Julián de la Cruz se quedara nuevamente con la primicia.

Finalmente después de unos cuantos empujones y con lo pies empapados se encontró de frente con la terrible escena.

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Marina Rue, tercera víctima de Yoco; Treinta y cuatro años, profesora de Literatura y al igual que las víctimas anteriores, asidua visitante del café Le Fleur estaba sentada en su lugar de siempre.

Una taza de café ocupaba su mano derecha, mientras con la otra simulaba sostener las hojas de un libro a medio leer.

Lentes de sol que ocultaban sus cuencas vacías y una macabra sonrisa dibujada en su rostro, gracias a dos hilos rojos que subían desde la comisura de sus labios hacia la parte más sobresaliente de los pómulos, convirtiendo la escena en una escena digna de un film de terror.

Y era precisamente ésa sonrisa la que sembraba el terror entre los habitantes de Yoco, quienes de inmediato advirtieron las similitudes entre las víctimas actuales y las del "Titiritero", como fue bautizado el asesino serial de Santa Fé.

Pero a diferencia de ése, quien se encargaba de ocultar cuidadosamente a sus víctimas, el asesino de Yoco parecía sentir placer al exhibirlos públicamente de manera tan grotesca, lo que llevaba a los detectives a pasearse por dos hipótesis.

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La primera los llevaba a sospechar de la existencia de un imitador un poco más atrevido que el asesino original o incluso de un narcicista. Y la segunda se basaba en que después de algunos años el asesino de Santa Fé había ganado confianza y decidió mostrar al mundo lo que era capaz de hacer. Pero hasta ése momento ninguna de las pruebas halladas los hacía inclinar la balanza hacia ninguna de las dos opciones.

Y era precisamente gracias a éstos sucesos se debía la presencia del jóven periodista en Yoco. El periódico para el que trabajaba lo envió a cubrir la noticia de los misteriosos hallazgos con la esperanza de aumentar las ventas y salvarlo de la quiebra en la que estaba a punto de caer, para lo que Mariano había viajado desde la capital tres días atrás a la busqueda de una gran primicia. Y vaya que la encontró. Yoco era un verdadero caos.

Por un lado el pueblo conmocionado exigía respuestas al departamento de policía y por el otro la prensa como buitres al acecho acrecentaban el temor de la población con reportajes en vivo desde la escena del crimen que hacían sentir paranoico hasta al más cuerdo. Y en medio todo aquello se encontraba Mariano, listo para ir detrás de la mejor toma, del mejor reportaje y la mejor entrevista. Sin siquiera imaginar a dónde lo conducirían sus investigaciones.

Continuará...