Mi abuela olía a talco para bebés (Relato)

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Saludos a todos,
Este relato, sacado de las anécdotas de mi niñez, fue publicado originalmente en inglés. Lo he editado y traducido para mis lectores de habla hispana. Espero lo disfruten.

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Mi abuela olía a talco para bebés


Antes de que a la gente le preocupara que el talco causara cáncer, mi abuela Felipa ostentaba el récord mundial de consumo de talco para bebés. La abuela no murió de cáncer, lo que debería ser evidencia suficiente para anular cualquier veredicto de daño punitivo contra Johnson & Johnson.

A la abuela la mato una hemiplejia, aunque esta afectó mucho más que solo medio cuerpo. Una mujer sumamente controladora terminó controlando solo una de sus manos. Este derrame cerebral la alcanzó cuando tenía más de 80 años. Irónicamente, ella murió en los brazos de mi madre, la única nuera que odiaba (sin ninguna razón en particular, excepto probablemente por haberse casado con su hijo favorito). Mi padre nunca entendió la animosidad de mi abuela contra mi madre. A pesar de su antipatía, mi madre siempre se aseguró de que mi padre, que era un jugador, reservara siempre algo de dinero para su madre cuando esta estaba de visita y él de comisiones o de parranda.

Además, mi madre no tenía problemas en hacer los arreglos necesarios para cumplir con las excentricidades de la abuela Felipa. Y aquí es donde entra el talco para bebés.

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Mis recuerdos borrosos y escasos de la abuela Felipa la ubican como una setentona, nos visitaba de vez en cuando, pasaba unos días, compartía mi cama y me asustaba con sus rituales para irse a la cama. Estaba obsesionada con la higiene y la limpieza, lo cual no era un problema en sí mismo, ya que éramos, como le gustaba decir a mi madre, "pobres pero limpios" (y con eso quería decir que todo en su hogar, sin importar lo barato o usado, tenía que estar inmaculado). Sin embargo, en esos días teníamos que caminar hasta Rio Claro para buscar agua; la ropa se lavaba en el mismo río. Recuerdo golpear bluyines contra las piedras para sacarles el sucio. Por lo tanto, tratabamos de mantener las cosas como la ropa de cama lo más limpia posible para que no tuviéramos que cambiarlas todos los días, lo que implicaría sobrecargar a quien tuviera que lavar la ropa esa semana.

Bueno, la abuela Felipa exigía sábanas y fundas de almohada recién lavadas todas las noches. También exigía un baño caliente, lo que a veces requería que cualquiera de nosotros tuviéramos que ir al río, a veces a altas horas de la noche, para traerle agua para su baño. Aunque tenía ropa nueva en su casa, cada vez que nos visitaba, solo traía una muda de ropa, generalmente vieja y hecha jirones; así se aseguraba de que mi madre le pidiera a mi padre dinero extra para llevarla de compras. También llevaba una manta especial que colocaba sobre las sábanas limpias que mi madre proporcionaba todas las noches y a la que “bañaba” en talco para bebés. Ella tenía su propio talco, del estuche redondo elegante con un aplicador afelpado, que mi madre siempre se aseguraba de que mi padre le comprara cada vez que viajaba, pero solía tomar el mío, para que el suyo durara más.

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De modo que se bañaba todas las noches, se ponía su camisón nuevo, se maquillaba (todo el neceser), se arreglaba el cabello, solo para luego ponerse una especie de gorro de dormir, ponía su manta sobre las sábanas, empolvaba su mitad de mi cama y buena parte de su cuerpo, sacaba sus dentaduras postizas, las ponía en un vaso de agua al lado de la cama, y dándome las buenas noche con esa apariencia fantasmagórica, exigía que me durmiera plácidamente. Siempre fue una experiencia aterradora.

Lo curioso es que cada vez que venía la abuela Felipa traía regalos para mi hermano menor, que siempre se las arreglaba para evitar su compañía por la noche y se acostaba con mis padres, pero siempre se olvidaba de traerme algo. Años más tarde supe que ella era un poco racista. Mi hermano era blanco y tenía el pelo rubio y ojos color miel, como mi padre. Yo, por el contrario, saqué los rasgos indios de mi madre (probablemente otra razón por la que la abuela la rechazaba). Pero no me importaba. Excepto por el espantoso ritual, nunca le guardé rencor; después de todo ella siempre olía bien; arrugada como una pasa, pero fresca y olorosa como un bebé.

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Gracias por tu visita

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5 comments
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Jajajajaja, sí me pude reír con esta anécdota! Qué excéntrica y exigente la señora, vale! Yo quizás tampoco hubiese podido dormir bien con esa acompañante jeje. Pero si era racista, cómo dormía con usted? 😅

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Ja! Ya sabes cómo funcionan esas cosas. Mezcla de la necesidad obliga con la sangre llama y no me importa :)
Pobrecita la abuela. Quizás exageré un poco. Debe haber sido a causa del talco.

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Jajajaja, me imagino! El talco seguro influyó mucho en su concepto sobre ella. Muchos químicos, quizá.

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