Hoy, 15 de enero, se celebra en mi país la noble tarea de educar. ¡Sí! Específicamente, el día del maestro.

Si bien en la actualidad existe un gremio que agrupa a quienes imparten conocimientos a los más jóvenes, no siempre fue así. En el remoto pasado, los padres eran los primeros maestros, por supuesto, siguen siéndolo, pero ahora existen instituciones, programas y personas capacitadas para esta importante tarea, mientras que los padres cumplen funciones en la sociedad. Volviendo a la semblanza del devenir de la educación, luego la tarea era asumida por los abuelos y los ancianos de las primeras aldeas con el propósito de transmitir a las próximas generaciones el saber y las tradiciones. En la medida que la sociedad se hizo más compleja, aparecieron las primeras asociaciones con este fin y se puso de moda los tutores para quienes podían sufragar la manutención de los mismos. Hasta llegada la modernidad, en donde el estado nación asumió tan importante tarea con el objeto de preparar al nuevo ciudadano del sistema.

Hoy veo con preocupación los efectos que la masificación y pragmatismo en la educación está causando en la generación de relevo, al vivir en tiempos tan convulsos y de transición como nunca había vivido la humanidad. Pienso en el problema de confundir el educar con el instruir y en el impacto de la tecnología actual sobre nuestros niños y adolescentes. Una sociedad más materialista alejada de lo que nos hace realmente humanos.

En el comienzo de la era de la inteligencia artificial y en la peligrosa tendencia del transhumanismo; es vital que el espíritu del maestro comprometido retorne, especialmente, dentro del rol de los padres. Educar en valores es más importante que instruir en conocimientos; pero para ello, los valores tienen que ser firmes y en consonancia con los que nos hace ser quienes somos. Nada de ambigüedad, ni relativismo, ni mucho menos doctrinas que minimizan la singularidad e importancia de cada ser.

¡Feliz día del maestro!