ANA FRANK

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ANA FRANK

     SABÍA QUE AÚN VIAJABA porque el traqueteo del tren no había dejado de oírse durante esos tres días; pero no había podido ni siquiera ver el paisaje porque, como este era un tren de carga, no tenía ventanillas, y aunque las tuviera no hubiese podido porque iban tan hacinados, tan apretujados los unos contra los otros que era casi imposible poder desplazarse algunos metros.
     Su cuerpo permanecía ahí, en el mismo lugar del primer día, unas veces se podía sentar en el piso o ponerse en cuclillas; otras veces inclinarse un poco para intentar desentumecer sus miembros; pero en ningún momento pudo estirar el brazo para alcanzar el pedazo de pan que les daban diariamente, ni mucho menos caminar hasta donde está la cortina cubriendo el barril que les habían dispuesto para que lo usaran como escusado.
     La tarde venía cayendo con pesadez, eso lo sabía porque la luz del sol comenzaba a entrar con tristeza, como si el astro rey sintiera compasión de aquellos miles de personas que, de pronto, habían sido convertidas en meras cosas sin valor. Habían transcurrido tres días y ya todos los prisioneros pensaban que no podrían aguantar unos minutos más, todas sus energías estaban agotadas, por eso, quizá, sintieron un alivio cuando un rumor cruzó a todo lo largo del tren: Ya estamos llegando a Auschwitz.
     Para cualquier otra persona de la época, esa sola palabra, ese solo nombre: Auschwitz, bastaría para causar horror; pero para estos era inexplicablemente como un alivio.
     Ana estiró el cuello para intentar ver a sus padres y a su hermana; pero no le fue posible. Entonces pensó en todo lo que le estaba aconteciendo y se dijo que si no hubiera dejado su diario le hubiese escrito una carta larga a su mejor amiga.
     Querida Kitty, tal vez tarde algunos meses más para volver a escribirte, pues no sé cuánto tiempo nos tendrán los nazis en Auschwitz, donde nos han destinado después de habernos apresado en Ámsterdam. Como ya te conté, tuvimos que huir de Alemania porque ya sabíamos que estábamos en la lista negra de Hitler por ser judíos, aunque nacidos en Alemania; por eso nos fuimos a los Países Bajos y estábamos bien...
     Y Ana rememoraba todo aquel pasado tormentoso. Después de haberse establecido en Ámsterdam y su padre haber constituido una nueva empresa, resultó que el día 10 de mayo de 1940, los nazis invadieron y sometieron los Países Bajos y la persecución a los judíos se hizo más intensa y criminal. Entonces su padre ideó construir un escondrijo detrás del edificio que tenía como sede de su empresa. Algunos amigos, a riesgo de sus propias vidas, los ayudaron a ocultarse y luego a llevarles alimentos. Ahí estuvieron durante dos años, en aquel pequeño espacio que Ana llamaba la Casa de atrás en el cual se ocultaban los cuatro miembros de su familia, que eran su papá Otto Frank, su mamá Edith Holländer, su hermana Margot y ella. Pero, además, le dieron lugar a cuatro judíos amigos: los esposos Hermann y Auguste Van Pels y su hijo, y un judío más llamado Fritz Pfeffer. Total, ocho personas viviendo como topos intentando escapar de la absurda muerte decretada por un asesino. Y en su mente continuaba redactando la carta a su amiga imaginaria:
     Pues bien, Kitty, te cuento que hace días, el 4 de agosto de este año 1944, la Gestapo descubrió el lugar donde nos ocultábamos y nos llevaron presos. También apresaron a los amigos que nos ayudaban. Nos enviaron a Westerbork. De allí, nos embarcaron para Auschwitz en este tren donde ahora voy con mis padres, mi hermana y cientos de presos más. ¡Es horrible! Tengo mucho miedo, Kitty. La gente que viaja con nosotros dicen que vamos a la muerte, yo no lo creo, estoy muy joven, amiga, tengo apenas quince años de edad y muchas ganas de vivir porque quiero ser escritora.
     Ana interrumpió su pensamiento porque en ese momento el tren se detuvo. Habían llegado al campo de concentración de Auschwitz, donde había un campo de trabajos forzados y uno de exterminio. De inmediato un equipo de médicos comenzó a revisarlos y seleccionarlos. Los niños, los ancianos, los enfermos, en fin, todos los que no estuvieran en capacidad para trabajar los mandaban de una vez a la cámara de gas. Los otros, a los campos de trabajos forzados. Ana aguardaba con angustia hasta que vio que a su padre lo enviaron a un campo para hombres y a ella, su hermana y su madre a un campo de trabajos forzados para mujeres.
     Llegado el mes de diciembre de 1944, a Ana y a su hermana Margot las trasladan al campo de concentración de Bergen-Belsen, que es como decir la capital del infierno nazi: frío extremo, hambre extrema, insalubridad extrema, alimañas de todo tipo... Su madre había perecido días antes en Auschwitz.
     Tres meses, apenas, pudieron soportar estas muchachas en ese inhumano lugar. En el mes de marzo de 1945 murieron a consecuencia de fiebre tifoidea.
     Pero como nada permanece bajo el cielo, ni siquiera la maldad humana, un mes más tarde, los campos de concentración fueron liberados por las fuerzas contrarias a Hitler y de esa manera Otto Frank logró salir siendo el único sobreviviente de la familia.

Dibujo y texto de Tomás Jurado Zabala
Gracias por sus amables lecturas



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