Pochocho el travieso (Relato)

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Dibujo propio

 

Entre los matorrales del patio, oculto por su color verde, vive Pochocho el saltamontes.
Muy alerta siempre ante las incursiones de un viejo sapo que ronda hambriento por las noches el lugar.

Sus escasos tres centímetros los recompensa con su enorme agilidad para saltar que lo coloca rápidamente en un sitio diferente y le dan la ventaja sobre algunos de sus enemigos, sobre todo del lagarto que por las tardes llega de su ronda acostumbrada a su escondite subterráneo cerca de donde él acostumbra esconderse, siempre lo hace cansado y con sueño.

Desde hace unos meses el inquieto insecto ha logrado hacer cambios en sus costumbres y como todo un artista de los más renombrados, realiza su acto diario que se le recompensa con muchos gritos que asombran a los habitantes del patio.

Brinca desde lo alto del matorral hasta la enredadera que sube por la pared y se las ingenia para penetrar hasta el interior de la vivienda, a pesar de los muchos obstáculos que la dueña ha ido colocando progresivamente para evitarlo.

Siempre hay una hendija, una ventana mal cerrada o el trasluz de una puerta para lograr el cometido que le proporciona, desde hace unas semanas, su acto maestro.

Irene, la dueña, es una señora gorda que en su afán de limpieza y debido al temor exagerado a los bichos ha dejado las habitaciones de la casa libre de cualquier insecto o animalito, lo que aprovecha el travieso Pochocho para sentirse libre de los peligros inesperados que normalmente rondan en el interior de una vivienda.


Fuente

 

Tras penetrar en la casa, espera con paciencia que la dueña se encuentre fuera del alcance de su cuerpo y esté distraída para hacer su aparición como todo un contorsionista de circo, procurando que la vista de ella pueda seguir el movimiento de su cuerpo y que el temor que por segundos le paraliza logre que el acto se culmine con su caída.

Después de eso el grito retumba las paredes, hace temblar los cristales y llena el silencio como la explosión de un cañón de un barco de guerra, dentro de una habitación herméticamente cerrada.

Se dispone entonces a su espectacular huida a la altura del mejor escapista del mundo, porque la reacción posterior es el histerismo que lleva como consecuencia que la señora practicando actos de magia haga aparecer los más diversos objetos en cuestiones de segundos para acabarlo.

Es allí donde se aprovecha de su minúscula anatomía y logra desaparecer por entre los objetos de la casa, que le sirven de escudo y también de guarida momentánea, para culminar, esperando que llegue el día o pase la tormenta para volver a la seguridad que le brindan sus matorrales.

 
 
Extracto de mi libro "Pochocho el travieso"



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