El profesor Cándido Rojas. Microrrelato vivencial.

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(Playa Los Caracas).

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El profesor Cándido Rojas.

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Al apenas despertarme esta madrugada, comenzaron a aparecer imágenes almacenadas en el álbum de mi juventud, y me detuve en la figura de un hombre delgado, blanco, con apariencia sencilla y humilde, y tranquilo.

Era la imagen de Cándido Rojas, mi profesor de ciencias biológicas de primer año de cencias en el liceo Roscio, en 1971.

El profesor Cándido Rojas era oriundo de mi misma tierra natal Las Mercedes del Llano, por lo cual, la confianza era ya normal y de mucho respeto.

Recuerdo que Cándido era muy amigo de otro profesor de biología, de nombre Pedro Gómez, y eran los docentes más jóvenes de entonces en esta institución.

Ambos profesores andaban a pie, pero tenían visión de progreso, y a los 2 años, Pedro tenía un Maverick verde, y Cándido a Wagoneer marrón.

En esos años me hice amigo de Rodolfo Castro quien era hijo de un viejo capitán que lo consentía mucho, y nos íbamos al cuartel a comer y a beber bajo la cuenta de Alí Argimiro Castro.

Con Cándido nos reuníamos algunos fines de semana porque era amante de las discotecas y fiestas. Los alumnos de entonces pasábamos de 16 años y nos colábamos en esas discotecas, con botellas de anís escondidas.

Nuestra amistad con Cándido cada vez era más estrecha, y una vez se le ocurrió hacer una excursión junto con Pedro Gómez, hacia una playa capitalina que era Los Caracas.

Cándido y Pedro consiguieron 2 autobuses, y pagamos una colaboración suficiente para los honorarios de los choferes.

Al llegar a la playa, sentí por primera vez la ruptura de distancia entre docente y alumno, pues teníamos la idea de que los docentes eran personas distinguidas, respetables y de difícil comunicación cercana con los alumnos. Casi sagradas.

Me complací viendo a mi amigo Rodolfo con Cándido montado en su espalda, y el profesor Manuel Rincones, de química, sobre el lomo de Antonio Fontainés jugando gallitos en la playa.

Fue un día de extraordinaria experiencia y maravillosa diversión.

Todo el día fue así, entre sánduches de queso y jamón, frescolitas y bebidas.

Hoy mi habitación amaneció decorada de gratos recuerdos y, para terminar, debo decir que ese año se acabó la magia porque Cándido pidió traslado para Calabozo aunque Pedro duró en el liceo hasta su jubilación.

Aún está fresca en mi memoria la frase: profesor Cándido, ¿cuándo vamos a la playa de nuevo?

Bendiciones nos siga dando Dios cada día.



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