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Está a punto de amanecer y, a través de la ventana, puedo percibir la breve y enorme luz que emiten los relámpagos, y los truenos son canciones con exceso de volumen en la percusión del cielo.
Contrariamente, a nosotros nos encantaba vivir esa experiencia porque nos poníamos como niños, y simulábamos estar asustados, con la sola intención de abrazarnos en la búsqueda de protección recíproca.
Nos separábamos, pero esa escena la reproducíamos de minuto a minuto, hasta que la lluvia se formalizaba, y luego nos volvíamos a serenar mientras una canción natural entonaba sus lindas y rítmicas notas sobre el techo.
Son recuerdos de una juventud ya remota, que acuden a mi corazón y a mi mente cada vez que en la madrugada los relámpagos y los truenos aparecen.
A Dios le agradezco estas experiencias que quedaron en el tiempo y en el recuerdo que nunca se va.