Las Ocurrencias de la Abuela

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(Edited)

Hola a todos!

Hace un tiempo escribí este texto y lo tenía guardado en Drive. Fue una forma de poner por escrito lo mucho que quiero a mi abuela y contar un poco de su historia. Decidí editarlo y publicarlo el día de hoy porque me enteré que hoy es el Día de los Abuelos, el cúal ni sabía que existía. Así que me dije: ¿qué mejor momento para publicarlo? Así que espero lo disfruten!

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Mi abuela, Eugenia Rodríguez, nació en Cumaná, estado Sucre, Venezuela. Es una mujer bailadora, bromista, amable, generosa y amorosa, amante de los perros y gatos, que siempre hace el bien sin mirar a quien, valor que se encargó de inculcar en su descendencia. Lamentablemente tuvo una infancia llena de maltratos y abandono. Perdió a su mamá siendo solo una niña. Su hermana mayor no quiso hacerse cargo de sus hermanos y decidió llevar a cada uno de ellos a diferentes partes para que fueran atendidos. Mi abuela fue llevada a una casa de familia en donde trabajaba su madrina para que ella la cuidara. Dicha familia era una de las más acaudaladas de los tiempos, los famosos Berrizbeitia. Abuela aun recuerda cada detalle de sus días en esa casa. En realidad, es lo único que recuerda ahora. Su vivencia con ellos fue bastante dura y traumática. Quizás por ello no se le olvida.
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Abuela en la Iglesia Santa Inés

Su trabajo era acompañar a las señoras de la limpieza a hacer sus labores: limpiar esas inmensas habitaciones que ella describe como sábanas por su amplitud, sacar los “vasos de cama” todas las mañanas (estos eran usados como retretes), ayudar en la cocina y atender a los dueños de la casa en lo que necesitaran. Como abuela era una niña traviesa y contestona (no era para menos), siempre se ganaba los más terribles castigos. Por ejemplo, si abuela no sacaba un vaso de cama o no limpiaba bien algo, un castigo era seguro. La sacaban al porche de la casa, la arrodillaban en granos de maíz o chapas con un matero en cada mano por bastante rato y para colmo, a la luz del día para que todo aquel que pasara, pudiera ver semejante escena. Sin embargo, esto en vez de generar miedo y respeto por las normas, abuela no dejaba de hacer travesuras, las cuales aun cuenta con mucha jocosidad. Su madrina, la cocinera y las señoras de limpieza le decían: “¡Pórtate bien, muchacha del carrizo!”, pero ella no hacía caso. Ella sostenía: “ellos se lo merecen por lo mal que se portan conmigo”. Tras llegar a la adolescencia, a los 14 años, conoció a un hombre que la cortejó y se la llevó. Por inocencia y creer que no le pasaría nada, quedó embarazada de su primer bebé al cual llamó Virginia.
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Abuela bailando el vals conmigo en mis 15 años

Abuela decidió emprender su vida sola, como madre soltera. Limpiando y lavando aquí y allá, lograba mantener a su hija y así misma. En ese tiempo volvió a quedar embarazada de otro hombre. Esta vez tendría un varón al que llamaría Alberto. Al dar a luz, no supo más del padre de su hijo. Este le prometió que iba a comprar unos zapaticos al muchachito y ya venía. Aún sigue esperando por ellos.😆 Pero esto no la detuvo. Siguió trabajando duro para su bienestar y el de sus dos hijos. Años después, en esos días de trabajo, conoció a Florencio Rodríguez, apodado el “patiquín” debido a su buen vestir y su actitud de galán. Un hombre trabajador, auxiliar de farmacia y entrenador de béisbol.
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Abuela y abuelo. Ella, carismática y amable. Él, serio y gruñón. Aún así, estuvieron casados por más de 40 años.

Con él sí se mudó. El aceptó a sus dos hijos y ella los cuatro de él de su previo matrimonio. Pero no se conformaron con los que ya tenían. Ahora es que faltaban niños por nacer. Entre ellos, mi madre. Tuvieron en total siete hijos: Florencio, Isolina, Miguel, Irasema, María, Danilo y Vidal. Tristemente, esta última murió a los 2 años de edad debido a una triste enfermedad, por lo cual el grupo se redujo a seis. Al tener a su cuarta hija, Irasema, decidieron casarse. A pesar de estar casado y tener varios hijos a quienes darle un buen ejemplo, Florencio nunca dejó de ser un Don Juan. Peleas y peleas por sus infidelidades siempre ocurrían en casa. Luego, después de tanto tiempo sin ver mejoras, la abuela se cansó. Lo dejó ser. Decidió dedicarse a criar bien a sus hijos y a trabajar duro como siempre lo había hecho.
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Uno de los talentos de la abuela era cocinar. Literalmente, a una simple ensalada, Eugenia le daba su toque. Así que decidió sacarle provecho a eso y montó su cantina escolar ya que al lado de la casa quedaba un liceo. Tras muchos años de estar allí, el liceo fue cambiado de lugar. Pero abuela siguió con sus ganas de seguir alegrando paladares. Vendía empanadas, arepas rellenas de pollo, carne, cochino, queso; parrillas y jugos en la entrada de su hogar con la ayuda de sus hijos. Cuando ya el cansancio se apoderó de ella, buscó la forma de seguir activa a pesar de sus años. En la antigua cantina escolar, construyeron un negocio de útiles escolares. Allí trabajó junto con su esposo por mucho tiempo. Cuando sus mentes ya no eran tan hábiles, decidieron darles descanso. Con su marido ya enfermo de diabetes y depresivo, se dedicó a él en cuerpo entero.
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El día de mi imposición de medallas. Ella no podía creer que una de sus nietas menores ya se había graduado de la universidad

Después de tantas situaciones fuertes que ha tenido que pasar abuela: perder a su madre a temprana edad, el abandono de su hermana, perder también a su esposo y tres de sus hijos, los traumas y golpes que vivió de niña; su mente ya no es la misma. Sin embargo, aún conserva su espíritu jovial, amable y bromista. Pero a veces amanece muy malhumorada que por todo pelea y se molesta. Quizás se deba a que ya no la dejan hacer lo que hacía antes porque su retentiva de información es de unos escasos 2 minutos. Sus conversaciones son repetitivas y a veces fuera de lugar, igualmente su forma de actuar. Todos los días, a eso de las 5:00 pm, empieza a recoger su ropa y todo objeto que ella encuentre en el camino. Lo mete en un bolso de viaje, lo cierra, se pone su abrigo y dice: “bueno, es hora de agarrar camino, tengo que buscar a mis muchachitos”. O se sienta con su maletín en el comedor y pregunta “¿Y a qué hora me van a venir a buscar?”. También, se para de madrugada a hacerle la comida a su esposo o a veces lo hace en las tardes. Y tú la ves toda preocupada “pero ¿qué va a comer Florencio hoy? Y allí es cuando tía Irasema le dice, “mamá, papá está en el cementerio”. Esta cae en cuenta y exclama: “¡ay, mija! Pasa que hoy me pare con la cabeza mala”. El mismo ritual sucede con las mascotas. Más de una vez se han quedado sin almuerzo o cena porque la viejita se antoja de echársela a su querida “Mestiza” (tragona al cuadrado). Lo peor del caso es que cuando se lo reclaman, ella nunca es que lo hace pero como “cuando uno llega a viejo, uno siempre es el culpable porque creen que uno está loco”, es motivo de gran molestia y berrinche.
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La pobre tía Irasema, quién aún vive con ella, también ha sufrido de sus insultos y travesuras. Le ha escondido la ropa, algún zapato, llaves, cartera, pero ella nunca es, “seguro fue alguien de la calle que vino y lo agarró”, afirma. Luego las cosas aparecen con el pasar de los días en los lugares menos pensados o simplemente siguen desaparecidas. Sin embargo, lo único que no olvida son todas sus ocurrencias y castigos en casa de los Berrizbeitia, los cuales te puede contar una y otra vez sin obviar el más mínimo detalle. Y suelta sus carcajadas cada vez que te los cuenta. Su preferido es de cuando la llamaban “negra de mier..” al momento de necesitarla para algo. Cada mediodía al momento de sentarse a comer, se empieza a reír y dice: “¿sabes qué? Me acabo de acordar del viejo Berrizbeitia. Cuando él quería algo, gritaba: ¡negra e mier...! Y yo tranquila, me hacía la loca. Cuando yo aparecía, me decía que él tenía rato llamándome y yo iba y le buscaba mi partida de nacimiento y se la mostraba: “¿qué dice aquí? ¿Cómo me llamo yo? Eugenia. Allí no dice ningún “negra e mier... ”. Y el viejo se quedaba horrorizado por mi respuesta tan grosera.” Termina su anécdota riéndose. Definitivamente, es uno de sus cuentos favoritos.
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Abuela siempre ha sido una mujer consentidora con sus nietos, lo cual siempre fue motivo de molestia para sus hijos. Pero así son las mayorías de las abuelas. Es casi inevitable que no lo sean. Ella era de las que cuando te veía llegar te preguntaba por tu día, si habías comido y no te dejaba ir sin haberlo hecho. A veces la comida no era suficiente pero igual te ponía tu plato y decía que luego ella se hacía más. Siempre te motivaba a estudiar, a no tocarte la cara si tenías una espinilla o dejar que otro lo hiciera, y a ser amable y ayudar a quién lo necesitara ya fuera una persona o animal. Mi abuela es tan generosa con todo el mundo, que a su casa siempre llegaba cualquier indigente a pedir agua o comida y ella se la daba sin problema. Incluso le guardaba la comida restante a los que usualmente pasaban por ahí para que no se fueran con las manos vacías. Su corazón es inmenso.


Su deseo de cumpleaños para mí hace dos semanas. ¡Tan bella!

No podemos olvidar que a la abuela también le gustaba ser coqueta y bien arreglada. Cuando iba a misa se ponía sus mejores trajes, zapatos y cartera; siempre iba muy perfumada ya que se bañaba en en crema corporal de arriba a abajo, con su cabello peinado full de gel, sus pulseras, collar y anillos. Ah, y su infaltable labial rojo o rosado. Y ya con todo eso, Eugenia estaba lista para ir al ruedo. Incluso hoy en día, duerme con sus pulseras y anillos puestos. ¡Mayor coquetería!
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A sus 90 años, con su mala memoria, cuentos repetitivos y a veces mal humor, abuela sigue manteniendo su esencia. Siempre ha sido bromista, solidaria, amable y bailadora; a todo le saca un chiste. Ella es así como el alma de la fiesta. Aún nos saca una sonrisa con sus ocurrencias. Para mí, mi abuela es símbolo de valentía, compasión y amor; su calidez humana es incomparable. Nunca olvidaré sus deliciosas hallacas y su pernil en Diciembre. Tampoco las comidas que hacía de almuerzo como pabellón, pasta con carne molida, torticas de maíz, pollo guisado, cuajao de pepitonas; sus tortillas de huevo que licuaba para que quedaran esponjosas y te las servía con el respectivo pan canilla y una taza de café con leche. Tengo demasiados recuerdos hermosos de mi abuelita. Con sus anécdotas, creo que ¡hasta puedo escribir un libro sobre ella! Por eso la amo mucho y la extraño demás. Por siempre será la mejor abuela del mundo.

Bailando. Algo que siempre ha amado hacer y aún lo hace.

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La última foto que nos tomamos juntas antes de emigrar. Espero repetirla pronto.
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Gracias por leer!



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2 comments
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buen post que dicha tener los abuelos con uno

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Hola! Si, yo aún tengo la mía conmigo. Espero disfrutarla pronto. Saludos!

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