El legítimo Emperador de Epimeteo | Relato corto |

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El legítimo Emperador de Epimeteo

Este relato es una continuación de La Cuna del Rey, pone fin a la historia y a lo que yo llamo el Capítulo I de los Cuentos de Epimeteo.

   

    La celda era oscura, suficientemente oscura como para que no pudiera ver ni siquiera las palmas de sus manos. ¿Cuánto tiempo había pasado? ¿Una semana? ¿Un mes? ¿Una vida, quizá? No tenía ningún contacto con el exterior. Cada cierto tiempo los guardias, siempre hombres diferentes, venían para darle comida, podrida en su mayoría, y agua de estanque. Intentó calcular el tiempo basándose en cada cuánto le llevaban la comida, pero ya había perdido la cuenta. Nadie respondía a sus interrogantes, ni los dioses a sus plegarias. «Vida, Salud, ¿me abandonaron? —pensó, le dieron ganas de echarse a llorar — ¿Solo me quedas tú, Muerte?».

    Alguna vez había sido el hijo del más grande Emperador que Epimeteo conoció; ahora, traicionado por quienes llegó a considerar maestros y a algunos hasta amigos, yacía en una podrida jaula para pájaros, «No, al menos los pájaros pueden ver qué hay fuera de sus jaulas». Consigo solo tenía un cubo lleno de mierda, una cama de paja húmeda y maloliente y las visitas ocasionales de guardias y ratas. «Malditas ratas» eran quizá, además del hambre, el mayor de sus tormentos, muchas veces, cuando apenas amagaba con dormir, despertó con las yemas de los dedos de los pies en carne viva, roídos por las asquerosas alimañas.

    Despertaba y dormía a todas horas; comenzaba a confundir los sueños con la realidad. A veces creía ver a un guardia entrar a su jaula y repentinamente volvía en sí, encontrándose con la amarga sorpresa de que hasta en sus sueños era ya un cautivo. Y esos eran los sueños buenos, en los malos, las pesadillas, el hombre que ejecutó su encarcelamiento entraba a su jaula a terminar el trabajo, algunas veces lo apuñalaba, otras le torturaba antes de matarlo, siempre despertaba bañado en sudor. «Maldito seas un millón de veces, Sixto Forrel, que te quemes en los tres infiernos», al menos no había perdido su voluntad de maldecir, ni de luchar. Conocía de buena cuenta que la política y la vida capitalina estaban acompañadas por traidores y aduladores, pero jamás se imaginó que su propio edecán sería quién terminaría por clavarle la daga de la traición en la espalda.

    En medio de una de esas pesadillas sintió un fuerte puntapié en la boca del estómago. Estaba tan débil que el golpe, además de despertarlo, casi le hizo vomitar.

    —De pie —pronunció una voz. Él levantó la mirada, no lograba distinguir a la persona que le hablaba, a pesar de que la puerta abierta de par en par proporcionaba una fuente de luz escasa proveniente de la habitación contigua. Intentó pararse, se habría caído de no ser porque el sujeto le sostuvo.

    —¿Cuál es tu nombre, chico? —preguntó el misterioso. En ese momento Arinel se dio cuenta de que no se trataba de un guardia, no vestía la indumentaria típica de los soldados imperiales, todas sus ropas eran negras.

    —¿Quién eres? —casi se trababa al pronunciar esa interrogante. Por un momento creyó que hasta se le había olvidado cómo hablar.

    —Escúchame, niño. He venido desde muy lejos para matar a alguien y salvar a alguien más, sin embargo ese primer alguien está muy bien custodiado por orcos, altos elfos expertos en magia y todo un puto ejercito —¿De qué estaba hablando? Sí, la Cuna del Rey estaba llena de altos elfos, los nobles eran, en su mayoría, miembros del Concilio de Igualdad, hasta donde él sabía, no había orcos soldados en la ciudad, las palabras de ese hombre no tenían mucho sentido, ni le generaban confianza, ¿Iba a salvarle en verdad? ¿O solo planeaba secuestrarle y cobrar una recompensa? —. Entonces, por ahora solo cumpliré una mitad, y creo que tú eres a quien tengo que salvar, así que me dirás tu nombre en este preciso instante.

    —Yo... —revelar su identidad podía significar un gran riesgo, pero pocas cosas podían ser peor que volver a la celda — Yo soy Arinel Ozim VI, hijo de Carmilo Ozim III y legítimo Emperador de Epimeteo, y como tal te ordeno que me respondas quién eres y qué está pasando aquí —¿Eso era valor o estupidez? Probablemente una mezcla de ambos, pronto lo averiguaría.

    —Entiendo —respondió el misterioso personaje, y permaneció en silencio por unos segundos —. Muy bien, su majestad, lo que pasa es que... —lo último que vio fue la sombra de un puño y sintió cómo gotas de sangre brotaban de su nariz. Después de eso se desvaneció en otro sueño.

   

    El aroma a cebolla le despertó, tardó unos minutos en darse cuenta de que estaba en una carreta llena de verduras y hortalizas, junto a un desconocido que dormía a un lado del carruaje, con los brazos cruzados; por su ropa negra supo de inmediato que se trataba de su captor, ¿o era su salvador? «¿Por qué mi salvador me noquearía?» se preguntó. Recargada en las piernas del hombre, reposaba una daga envainada. Se acercó para cogerla.

    —Toque eso y le meteré un rábano en su regio culo, majestad —dijo, cuando estiró la mano. Reculó y se sentó en el carruaje. Entonces notó que las tripas le sonaban —. Puede comer lo que quiera, ya lo acordé con el verdurero.

    —¿Cuánto tiempo estuve en esa mazmorra? —alimentarse en ese instante era la menor de sus necesidades. Aunque sentía que moría de hambre, tenía más hambre de respuestas.

    —Un año, un mes y ocho días, para ser precisos.

    —¡¿Un año?! —trece meses encerrado. La plebe y los lores de Epimeteo habían dejado a su soberano pudriéndose en una jaula por trece meses.

—Sí, a mí me tocó vivir ocho meses en esa ciudad con olor a mierda para poder sacarlo de ahí.

    Cogió una cebolla y, de un solo mordisco, se comió la mitad, con tierra incluida. Se sentía como un niño pequeño, o peor, «como un maldito tullido —se dijo a sí mismo, y estrelló otra cebolla contra la pared del carruaje, lleno de ira —. Confié demasiado, creí demasiado en las buenas personas, y me usaron, me engañaron, ahora lo he perdido todo».

    —Bien, use esa rabia, la necesitará —aseguró el hombre —, será un viaje largo, así que lo mejor es que nos llevemos bien, majestad, ¿le parece?

    Aunque le llamaba "majestad" no podía dejar de percibir que lo hacía en tono burlesco, ¿qué habría hecho su padre ante tal insulto constante al título de Emperador? «No importa un carajo, padre está muerto» concluyó. Concentraría sus esfuerzos en sacarle la verdad completa al enigmático rescatista.

    —¿Quién eres? ¿A dónde vamos?

    —Quién soy no importa; puede llamarme Roku, si a su majestad le complace —«o podría llamarte Maldito Insolente» pensó —. Y pues, por ahora mi misión es la de dejarlo con su comandante, Donato Magno.

    —Magno... ¿Y cómo sabes que él no es uno de los que me traicionó? —Donato y su padre, el comandante supremo Roberto Magno, eran los hombres más leales al Imperio que conoció en su vida, no obstante no podía confiar solo porque sí; al fin y al cabo otros hombres "leales al Imperio" fueron los que lo metieron en un calabozo.

    —Porque apenas su majestad fue lanzado de cabeza a una podrida celda, el valeroso estratega de la Gran Guerra huyó con doscientas espadas —esbozo una sonrisa con una carcajada rápida —. Con razón le apodan Donato el Astuto y no Donato el Valiente. La cuestión es que se fue con la intención de pedir apoyo para rescatar a su majestad. Si le hubiese traicionado, no estaría solicitando hombres para su causa —había cierta lógica en sus palabras.

    —¿Y dónde está el comandante Magno?

    —En mi hogar, El Norte —no tenía aspecto de norteño, podía estar mintiéndole —. Hace cuatro meses lord Erneq Lluvia de Invierno convocó a los vasallos norteños para apoyar a su viejo amigo Magno; según dicen, su intención es asaltar directamente la Cuna del Rey, sin embargo para lograr eso necesitarán más espadas, así que el apoyo de las huestes de Vallesombrío será vital —parecía saber sobre estrategia militar —. Allí imagino que los encontraremos.

    —Eso, eso suena como... —lo que su padre intentó evitar, pero dada la naturaleza de las personas era inevitable.

    —Sí, Epimeteo está en guerra, majestad.



Foto original de Pixabay | Couleur

   

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¡Gracias por leerme! Espero que te haya gustado, y gracias de antemano por tu apoyo.

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