El Rey de los demonios | Relato corto |

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El rey de los demonios

   

    Las llamas podían verse por sobre los muros del castillo en algunas zonas, desde kilómetros se oía el relinchar de los caballos asustados y percibía el olor a carne quemada. Un pequeño grupo de soldados festejaba comiendo junto a la hoguera, todos dejaron lo que hacían y se arrodillaron apenas pasó él. Los observó e hizo la seña de que siguieran en lo suyo. «Hemos avanzado tanto en tan poco tiempo —pensó, y de una patada apartó un cadáver atravesado en el camino —, pero aún falta mucho por hacer. Todavía hay mucha sangre que derramar». Ellos tenían que formar un nuevo reino, y este no iba a concretarse por unas cuantas batallas. Menos aún partiendo con la ventaja de que su enemigo les viera como poca cosa. «Nos menosprecian, y ese será el error que los condenará».

    —¡Mi Rey! —le recibió, con una pronunciada y torpe reverencia, el bautizado como Estalactita, uno de sus consejeros chamanes, proveniente de una cueva a la que sus antecesores llamaron Casa de Murciélagos —. Llega en el mejor momento. Justo acabamos de recolectar a las mujeres. Estalactita se complace de presentarle el botín a su majestad.

    Frente a ellos, un grupo de humanas aguardaban su destino arrodilladas y claramente atemorizadas. Algunas parecían ser muy jóvenes, otras por el contrario muy viejas. Esperar para que las jóvenes estuvieran listas para procrear no era problema, en cambio para las viejas no había lugar. Las señaló y ordenó a Estalactita que las matara.

    —A esas no se les puede preñar —dijo.

    —Pee... ¡pero, mi Rey! Podemos usarlas todavía, muchos de los soldados están cansados por la batalla, sería justo darles a estas mujeres como premio —aunque lo decía dubitativo, tenía cierta razón—. Usted sabe cómo se ponen los zánganos luego de una batalla.

    —Bien, pero mátenlas antes del amanecer —ordenó, haciendo énfasis en lo último —. No podemos permitirnos el gasto de alimentarlas.

    Dos zánganos empujaron a las humanas no preñables, haciéndolas ponerse de pie. El terror en sus rostros se notaba más desde cerca, algo que a él le producía cierta satisfacción; eso, ese miedo se olía en el ambiente, era como un aroma dulzón que abrazaba sus fosas nasales. Salió de sus pensamientos al notar algo particular en una de ellas, la cogió por un brazo, la zarandeó y, con una mano, la alzó por el cuello acercándola hasta su rostro. Con la otra mano le sostuvo los brazos.

    —Maga —dijo en la lengua que humanos y elfos llaman "común". Aquello sorprendió a la humana, que abrió los ojos como platos. El collar de la Academia de Magos que llevaba la delató, aunque él casi lo pasó por alto —. ¿Quién más? ¡¡¡¿Quién más?!!! —gruñó. Podía haber otro mago por los alrededores, había que andar con cuidado.

    —Yo... solo yo —respondió.

    Le apretó el cuello hasta que dejó de moverse. «Peligro» le susurró una voz en su cabeza. A la derecha una enorme bola de fuego estaba por impactarle, la bloqueó con un hechizo de barrera. De no reaccionar a tiempo podría haber quedado muy malherido.

    —¡¡¡Malditooooo!!! —gritó el elfo, que saltó de la torre más alta del muro, disparando bolas de fuego desde sus puños una tras otra; aunque era magia de destrucción menos poderosa que la anterior seguían siendo ataques peligrosos. No obstante, él logró esquivarlos sin mayores complicaciones.

    Al escuchar el alboroto, las cuadrillas cercanas de su ejercito se agruparon en el sitio y trataron de abalanzarse sobre el mago. En seguida les reprendió, exhaló un «¡¡¡No!!!» con todas sus fuerzas para que sus subordinados se detuviesen en el acto. El mago era suyo.

    Este siguió a la ofensiva, lanzó varias bolas de fuego más, pero el Rey era más hábil. bloqueó todos los ataques con su escudo, acercándose lo suficiente como para alcanzarlo con la espada. Un tajo, que partió en la clavícula y le llegó casi hasta la axila, bastó. El elfo cayó de rodillas, desangrándose. En su mirada solo había temor.

    —No le temas a la muerte —dijo, en el idioma "común". Le encantaba ver la cara de sorpresa de humanos y elfos al ver que podía entender y hablar su lengua.

    Los presentes estallaron en euforia, soltando alaridos y alzando sus armas al cielo. Entonces uno exclamó: —¡Qué viva el Rey! —y otro siguió: —¡Qué viva el Rey Goblin!

    Y todos corearon «¡Qué viva el Rey Goblin! ¡Qué viva el Rey Goblin! ¡Qué viva el Rey Goblin!» en su dialecto natal, mientras las mujeres presenciaban el acto, horrorizadas ante el escenario actual y, posiblemente, ante los pensamientos acerca de su destino próximo.


El Reyo de los demonios.png
Imagen original de Pixabay | Solarus

   

XXX

   

¡Gracias por leerme! Espero que te haya gustado, y gracias de antemano por tu apoyo.

Con esto doy inicio al capítulo II de Los Cuentos de Epimeteo. Te invito a leer mi presentación del capítulo I y el post en el que detallo cuáles son las especies dominantes en este mundo de fantasía.

Las historias aquí contadas se transcurren en el continente de Epimeteo, una tierra que recientemente experimentó una de sus más cruentas guerras, y parece estar en aras de otra:

Puede que ahora Epimeteo viva en paz. No obstante, quince años después, los horrores de la Rebelión de los Elfos, llamada también la Gran Guerra, siguen frescos en la memoria de quienes la pelearon de lado y lado. Por ello, existe mucho desprecio mutuo de la mayoría de los elfos para con la mayoría de los humanos y viceversa.

 

Si te gustó, te invito a leer otros de mis posts:

 
 

@pavonjTítulo
El monstruo en el tren
Huye de la bestia
Gur Gul
El legítimo Emperador de Epimeteo
La Cuna del Rey



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