La Cuna del Rey | Relato corto |

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(Edited)

La Cuna del Rey

Este relato no es una continuación directa de El último deseo del Emperador, sin embargo, recomiendo leerlo para entender un poco mejor el contexto.

   

    —¡Oh! al fin despertaste —exclamó el viejo, cuando apenas abría los ojos.

    —¿Cuánto hemos viajado, anciano? —sentía la boca reseca, como si hubiese estado durmiendo por semanas.

    —Día y medio, compañero. Ten —dijo, acercándole una cantimplora —, debes tener sed.

    Él la cogió, bebió un trago largo y agradeció.

    —¿Has escuchado algún rumor en el camino? —desde hacía semanas que no oía nuevas, pero suponía que ya todo el continente conocía la noticia sobre la muerte del Emperador.

    —Oh sí, sí, sí —afirmó el anciano, por sus rasgos resultaba obvio que era un corsario de Costafluvial —. Había unos escribas en Asentamiento de Pulgas, el bello pueblo que acabamos de pasar cuando dormías. Hablaban sobre una guerra, compañero; también dijeron algo sobre un volcán y un tal "Lord Crucificado" al sur.

    —Cuéntame sobre la guerra —aquella fría noche le helaba los huesos, sin embargo su curiosidad le hacía obviar ese detalle.

    —Pues, el Emperador Carmilo Ozim III... ¡Ha muerto! —gritó, un océano de saliva salió despedida de su boca —, los escribas dicen que su hijo, Arinel Ozim, envía sus fuerzas a los súbditos en estos tiempos difíciles y bla, bla, bla, pero en la taberna donde nos conocimos tú y yo, todo el mundo hablaba de que una guarnición del ejercito imperial fue hacia El Norte y otra a Bastán, también unos orcos, dos mil según dicen, llegaron hace días a la capital; yo creo que lo peor de todo es que nadie ha visto al propio Arinel desde la muerte de su padre.

    —¿Y quién gobierna en su lugar, si nadie le ha visto? —presuponía la respuesta, también había escuchado las historias sobre la repentina desaparición del Arinel Ozim apenas el cadáver de su regio padre fue enterrado.

    —Sixto Forrel, el imperial edecán de Arinel. Es quien está dando todas las ordenes, y aparece en todas las conferencias, siempre rodeado de esos malditos altos elfos del "Concilio de Igualdad", pfffff —exhaló, con más saliva.

    —Forrel... entiendo.

    El resto del viaje continuó con relativa calma. El cochero corsario no paró de contar anécdotas de su juventud, y demás mentiras dignas de un bardo, hasta que la torre más alta del castillo apareció a la distancia. La Cuna del Rey, la ciudad capital del Imperio y de todo Epimeteo, se alzó frente a ellos. A pocos metros de la entrada, pidió al anciano que detuviera el carruaje.

    —Hasta aquí llega nuestro viaje —bajó de un salto y se puso la chaqueta negra que hasta entonces llevaba colgada al brazo.

    —Pensé que entrarías a la ciudad —comentó el viejo, con una claramente falsa expresión de sorpresa.

    —Lo haré, es solo que tú no puedes venir conmigo —respondió y le arrojó una bolsa. Sus ojos se abrieron como platos al ver los 40 lobos de plata que contenía.

    —Esto... esto es cuatro veces más de lo que acordamos.

    —Procura no gastarlo todo en putas —se alejó en dirección a los árboles que bordeaban el camino principal.

    —¿Cuál es tu nombre, muchacho? —preguntó el viejo, cuando aún estaba lo suficientemente cerca como para no alzar la voz.

    —Roku —respondió él, y se perdió entre la maleza. Tenía que hallar una forma de entrar sin ser visto por la guardia de la ciudad.

    La Fraternidad de Asesinos no acostumbraba a tomar partido en las guerras del continente, más allá de quien pudiese pagar mejor y realizara el contrato de sangre, tal cual lo había hecho Sixto Forrel para acabar con Carmilo Ozim III, pero esta misión era un favor personal solicitado por el propio Emperador, que ahora yacía bajo tierra, previo a su muerte; sentía la responsabilidad de cumplir.

    —¿Qué es un hombre que no cumple su palabra en estos tiempos? —le había dicho a sus hermanos asesinos antes de partir rumbo a la Cuna del Rey — La Fraternidad alguna vez fue más que un club de mercenarios, y para demostrar que aún somos más que eso hoy día, el edecán Sixto Forrel debe morir —algunos lo miraban con desprecio, otros salieron del salón principal antes de que siquiera terminase de hablar y un par argumentó que matar al empleador de un contrato haría que nadie más les contratase, sin embargo hubo quienes le apoyaron:

    —Te seguiré a donde quiera que vayas, hermano —le había dicho Dalila. En la Fraternidad, en teoría, todos eran hermanos, no obstante en momentos así es que podía descubrirse la verdadera lealtad. «Debí haber aceptado que viniera conmigo» pensó, en el momento le pidió que se quedara, no quería ponerla en riesgo.

    Seguía caminando, cada vez adentrándose más al bosque, buscaba un árbol alto desde el cual pudiese ver mejor los muros de la Cuna del Rey. De pronto escuchó unos ruidos a pocos metros de él, más inmersos entre la naturaleeza: dos hombres, imperiales ambos, fornicaban como bestias. Vio las armaduras de la guardia tiradas a un lado de ellos, «mi boleto de entrada». Los mató con cuchillos arrojadizos antes de que tuvieran tiempo de reaccionar. Ocultó los cadáveres desnudos y se vistió con la armadura. Pasarían uno o dos días antes de que alguien notara a los soldados desaparecidos y la armadura robada.


Foto original de Pixabay | skeeze

   

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¡Gracias por leerme! Espero que te haya gustado, y gracias de antemano por tu apoyo.

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