Más allá del tiempo | relato corto |

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Más allá del tiempo

   

    Las horas transcurrían como minutos en su oficina. «Es solo una sensación —pensó, la lógica era para él como una especie de bandera que había que mantener izada siempre, aún en las más vanas cuestiones y planteamientos—, las horas transcurren siempre igual, para todo el mundo —siguió —; mi emoción deriva en que perciba el tiempo como si avanzara más rápido»

    —Oh, dios ya estoy distrayéndome otra vez —dijo, esta vez fuera de su mente. Estaba cerca, lo sabía, casi podía oler el dulce aroma del éxito que le esperaba, solo necesitaba terminar de encajar las piezas, repasar algunos cálculos, una verificación de rutina, quizá redibujar los planos para tener una copia, en caso de que algo le ocurriese al manuscrito original —. Sí, sí, ya tendré tiempo para eso... todo el tiempo del mundo —continuó diciendo. Hablar consigo mismo también se había convertido en una práctica recurrente.

    Reforzó las soldaduras de la enorme máquina, medía tres metros con noventa y dos centímetros de alto, por dos con quince de ancho, repasó el manuscrito, una combinación de planos y demás papeles aparentemente desordenados, a pesar de eso él los entendía, para él tenían un orden. Cogió el traje, un recuerdo que le había quedado de cuando trabajó en la planta nuclear, y el maletín con el uranio, esto último lo robó, pero prefería verlo como una inversión por parte de la planta hacia él aunque ellos no lo sabían, claro.

    —Mi cita con el destino —con una sonrisa tétrica entró a la máquina, todo estaba preparado como él lo había dispuesto. Tomó los arneses, unos dispositivos parecidos a pulseras que nada tenían que ver con arneses reales, y se colocó uno en cada muñeca y tobillo. Su función sería la de devolverlo a su época después de un lapso de tiempo previamente programado. Estableció las fechas, y la encendió.

    Todo marchó bien al principio, los arneses se iluminaron y le pareció haber entrado en contacto con una distorsión en el espacio-tiempo, el interior de la máquina comenzó a verse de distintos colores, empezó a escuchar sonidos, ¿eran voces? no lograba distinguirlo, revisó las fechas: estaban bien calibradas, iba a lograrlo, estaba a punto, en verdad: «el salto será en tres... dos... uno...».

    Algo dentro de la máquina sonó, un ruido similar a un crujido, luego siguió una explosión. Los colores y sonidos empezaron a difuminarse, y los arneses dejaron de despedir brillo, «¡no, no, no, no!», no podía haber errores, ¿por qué? si lo había hecho todo bien. Otra pequeña explosión rompió una pared de la máquina a su costado, el impacto lo aturdió, la siguiente lo desmayó por completo.

    Despertó entre escombros, tardó aproximadamente doce horas en salir, solo para darse cuenta de que el traje estaba rasgado por todas partes. Al quitárselo vio sus dedos meñique, anular y medio de la mano derecha aparentemente gangrenados: —Envenenamiento por radiación —se lamentó. Conocía los riesgos de su trabajo.

    Caminó herido y deprimido hasta su cabaña, afortunadamente esta no había sufrido daños con la explosión, sin embargo trozos de escombro sí cayeron bastante cerca. Agarró una botella de vino barato de la nevera y se dispuso a emborracharse mientras esperaba la muerte.

    —Qué deprimente —era la voz de un hombre desconocido, sentado en el sofá al otro lado de la sala. Su primera reacción fue lanzarle la botella —. Eh, calma, calma, calma —repitió el sujeto, poniéndose de pie.

    —¿Quién?... ¿Quién carajo eres? —preguntó, tenía un sabor metálico en la boca y le costaba pronunciar palabras, sin dudas la radiación estaba haciendo efecto bastante rápido.

    —Se me ha dado la orden de entregarte esto —afirmó estirando la mano en la cual sostenía un sobre —. Ábrelo.

    Aquella era una situación inusual, sin dudas, ¿pero qué importaba? si era un hombre muerto. Incluso, lo más probable es que estuviese contaminando al intruso mientras hablaba con él. Cogió el sobre y lo destapó, dentro había un libro, un plano y una pequeña botella que contenía un líquido, el desconocido lo miró y aseguró: —Te ayudará con el envenenamiento, bébelo —se puso un sombrero y salió por la puerta principal. Mientras tanto él no dijo ninguna palabra, se quedó embelesado, observando la botella, las inscripciones parecían mencionar químicos y elementos de la tabla periódica inexistentes. La destapó y la bebió, casi inmediatamente comenzó a sentirse mejor.

    Sacó el libro, parecía muy antiguo, la cubierta se veía corroída y las páginas amarillas: —Más allá del tiempo —se titulaba, en la portada aparecía su nombre, y en la contraportada una foto de un hombre idéntico a su padre; supo al instante quién era. Dejó el libro en la mesa y abrió el plano: —No puede ser —exclamó —, está terminada.



Foto original de Pixabay | Bru-nO

   

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