Sangre fría | Relato corto |

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(Edited)

Sangre fría

Este relato no es una continuación de Invierno Negro ni El joven lord, sin embargo recomiendo leerlas para entender un poco mejor el contexto.

   

    Dalia no representaba mayor desafío, apenas en media hora ya la había vencido cinco veces, incluso desarmándola en la última. Si bien tenía habilidad, su impertinencia en el combate era la debilidad que sentenciaba su derrota casi siempre.

    —Recoge tu espada —le dijo, enojado. Si aquello hubiese sido un enfrentamiento real ya solo quedarían trozos de Dalia para ser recogidos por los acólitos del Templo de Muerte. Aunque ese no era el origen de su enojo.

    —Eh. Calma, Meq. No te lo tomes tan en serio, ¿vale? —hablaba muy relajada a pesar de haber sido apaleada. Siempre se comportaba como una holgazana, pero en las últimas semanas parecía estar destacándose en esa cualidad.

    —¡Puedes perder la vida, pero no pierdas el arma! —espetó, estaba harto de seguir ahí — ¡Un hombre desarmado en el campo de batalla no es más que una rata sin honor!

    —¡No soy un hombre, cabronazo! ¡Y a mí no me hables así, Lord Cabeza Nevada! —sabía que ese apodo en particular le molestaba más que ningún otro.

    Con la espada, a dos manos, le asestó un golpe en la pierna. El chillido de Dalia debió de haberse escuchado hasta Van Paladez. Si quería practicar un arte de hombres, entonces tenía que soportar los golpes como uno.

    —¡Maldito seas! ¡¿Pretendes dejarme tullida?!

    —Si fueran más que simples armas de entrenamiento serías un cadáver, no una tullida.

    —¡¿Cuál es tu maldito problema?! —se levantó solo para asestarle un golpe directo en el rostro que lo sentó a él.

    Desde el suelo, habría querido decirle: «Mi problema es que padre y mi hermano menor van de cabeza a la guerra, mientras nosotros seguimos aquí jugando a los soldados», sin embargo se abstuvo.

    Sir Antonio Vitale apareció en el campo de entrenamiento, junto con dos guardias del padre de Dalia, lord Dartamian Estremon. En sus manos tenía un trozo de papel, una carta con el sello roto. Por un instante Meq compartió la preocupación que el caballero reflejaba en su rostro. Sin dudas venía a darle noticias sobre su familia.

    —¿Pasó algo, Sir Vitale? ¿Están listas las huestes para poder juntarnos con mi padre?

    —Joven Dalia, joven Meqcusaaq —saludó el caballero, ignorando, en principio, las preguntas —. Hoy han llegado dos aves, jóvenes, ninguna trae buenas nuevas. Tengo la autorización de lord Estremon para comunicarles la información a ustedes —hizo un par de muecas antes de seguir. Lo que fuese, no quería pronunciarlo —. No hay forma de decir esto con suavidad: desde la Cuna del Rey nos han traído la trágica noticia de que el Emperador Arinel Ozim VI murió la semana pasada, víctima de una enfermedad, por esa razón nadie lo había visto en los últimos meses —el caballero imperial estaba claramente afligido —. Tres mil ochocientos setenta y dos años han tenido que pasar para terminar con la dinastía Ozim. Que los dioses los tengan a todos en su gloria. Esta es una época oscura para el Imperio.

    Meq estaba atónito, la muerte del Emperador y el fin de la dinastía milenaria era algo que jamás pensó que viviría para presenciar «¿Y quién podría esperarse algo así?», pero otra incógnita comenzaba a consumirle en ese instante: el fatídico deceso de Arinel Ozim, ¿en qué posición les dejaba a ellos respecto a la guerra que preveía su padre? Hacía muchos meses ya que había recibido la carta de lord Erneq en la que anunciaba que convocaría a los vasallos de El Norte, y se dirigiría a Vallesombrío en compañía del comandante del ejercito imperial, Donato Magno, y doscientos de sus hombres. Desde ahí no supieron nada más de ellos.

    Vitale hablaba con uno de sus guardias mientras el otro escoltaba en el caballo a Dalia. Entonces recordó que el caballero mencionó que habían llegado dos aves.

    —Sir Vitale —dejo de hablar cuando el imperial recargó la mano en su hombro. Y este, casi como si leyera la mente, respondió:

    —Sí, joven Meqcusaaq, la otra carta es acerca de su familia.

    —¿Quién la envía? ¿Padre? ¿Es hora de encontrarnos con él en Va... —el frío repentino le recorrió desde el abdomen a todo su cuerpo en un abrir y cerrar de ojos, dejándolo sin palabras. No entró en consciencia de lo ocurría hasta que vio el puñal clavado en su carne, sostenido por la mano de Antonio Vitale.

    —No, joven Meqcusaaq. La otra carta también viene de la Cuna del Rey —dijo, sacando la hoja y clavándola otra vez —. Esto... lo hago por el bien del Imperio —aseguró, y le apuñaló tres veces más.

    Él cayó de bruces contra el suelo, el calor de la sangre que brotaba de su boca le agradó, de cierto modo, pues le ayudaba a contrarrestar el frío que comenzaba a sentir. «Hace mucho frío... es como estar en Invierno Negro —pensó, sintió una convulsión y apretó la grama con las manos —. ¿Cómo estarán padre, madre, Nifa —pensar en su pequeña hermana le dio ganas de llorar, la última vez que la vio era apenas una bebé —, Raknir... Alek... ojalá pueda volver pronto a casa».


Sangre fría.png
Imagen original de Pixabay | SilviaP_Design

   

XXX

   

¡Gracias por leerme! Espero que te haya gustado, y gracias de antemano por tu apoyo.

Este relato forma parte del capítulo II de Los Cuentos de Epimeteo. Te invito a leer mi presentación del capítulo I y el post en el que detallo cuáles son las especies dominantes en este mundo de fantasía.

Las historias aquí contadas se transcurren en el continente de Epimeteo, una tierra que recientemente experimentó una de sus más cruentas guerras, y parece estar en aras de otra:

Puede que ahora Epimeteo viva en paz. No obstante, quince años después, los horrores de la Rebelión de los Elfos, llamada también la Gran Guerra, siguen frescos en la memoria de quienes la pelearon de lado y lado. Por ello, existe mucho desprecio mutuo de la mayoría de los elfos para con la mayoría de los humanos y viceversa.

 

Si te gustó, te invito a leer otros de mis posts:

 
 

@pavonjTítulo
El rey de los demonios
El monstruo en el tren
Huye de la bestia
Gur Gul
El legítimo Emperador de Epimeteo



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