El pardo - Relato (4)

avatar
(Edited)


imagen.png

Nuño seguía a la niña, que correteaba alegremente delante de él. Lo había invitado a su casa, a comer, y él había aceptado. Le dijo que no estaba lejos, a un rato andando. Le contó que había salido a buscar unas hierbas que necesitaba para cocinar. Las llevaba en una cestita que había dejado donde un bosquecillo de chopos que había más adelante.

-¡Vas a ver qué guiso más rico! De pescado. Mi padre capturó ayer un buen barbo. Así de grande que era. Y yo lo sé preparar como lo hacía mi mamá.

A pesar de ir descalza, la rapaza se movía con gracia infantil, como si estuviese en un juego. Pero sabía exactamente por dónde pisar y qué senderos seguir. Y nunca paraba de hablar. Comentaba todo lo que veían, como si al pardo le importase.

-En invierno esos árboles son muy bonitos. Se cubren de hojas verdes con puntas y se llenan de escarcha. En una de las islas más grandes que hay por allí, por el centro de río, hay un bosque entero de estos árboles. Y, ¿sabes?, una vez que acompañé allí a mi padre, me encontré así de cerca con un zorro.

Pero Nuño no atendía a sus palabras. Cavilaba sus próximos pasos. Si aquella familia vivía en una aldea de pescadores, seguramente se podría hacer con alguna barca o alguna gabarra pequeña para cruzar al otro lado. Si no, al menos comería caliente y descansaría un poco. Quizá podría pasar allí la noche. Desde luego, no estaba tan loco como para seguir la ribera en la oscuridad.

Continúa >

Autor: Javier G. Alcaraván (@iaberius)

La imagen está basada en una acuarela original de Juan Gallego (@arcoiris), que me ha dado permiso para publicarla acompañando al relato. En ella se puede ver uno de esos bosquecillos de tarayes, esos árboles retorcidos, inclinados y volcados, que se encuentran en las riberas del Guadiana y el Gigüela, y en las islas que conforman las Tablas de Daimiel.



0
0
0.000
0 comments