La punta del iceberg

Los días pasan y yo no dejo de asombrarme y maravillarme por todo lo que conozco de ti, cada parte de tu historia, aquella que pensaba conocer aunque sea un solo poco, y de la que me doy cuenta que no sabía nada.

No sé si has visto esa imagen del iceberg, donde solamente una parte sobresale, pues, algo así es lo que yo conocía de ti. Había una cantidad grandísima de cosas que desconocía. Solo veía lo que te atrevías a mostrar.

Quizás por eso tenía otra imagen de ti, aunque no quiere decir por ello que fuese mala, realmente era bastante buena, pues verás, hay cosas que son difíciles de ocultar: la bondad, la paciencia, el liderazgo.

Una sonrisa, una buena acción, son cosas que recuerdo de ti, de antes de reconocerte. Porque sí, ya nos conocíamos pero no nos habíamos reconocido. Éramos simplemente dos personas que coincidieron alguna vez.

Cada uno tenía diferentes anhelos, diferentes sueños, diferentes metas, pero, un buen día todo cambió: fulana decidió enfocar sus esfuerzos en ser una mejor versión de sí, terminar un ciclo para poder lograr lo que anhelaba, y fulano, ¡ay fulano!, creo que le tocó más duro, pues no debió ser nada fácil sentirse ajeno a lo que creía suyo y empezar de cero un nuevo camino.

Y así, después de que cada quién hiciera lo que tenía que hacer por su bien, y en especialmente por el de su alma, un buen día coincidieron, un día como ayer, un día como hoy, un día cualquiera, pero un día especial sin lugar a dudas.

La noche se hizo día, el saludar se hizo costumbre, y las buenas noches también, y míranos aquí ahora, con los pies en la tierra pero con la mirada en el cielo, seguros de que esto que nos pasó sin saber por qué, ni cómo, ni cuándo, es para nuestro bien.