Micro ficción: El exilio

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El exilio

Un nuevo día irrumpe a través de la ventana, él se levanta de la cama y de nuevo, el ritual lo prepara para ir a la universidad. Hace décadas que se deshizo de la variedad de ropas variopintas, unificó el tipo de vestimenta, ya no pierde tiempo en la selección de las combinaciones que ha de ponerse. El blanco y el negro, le sientan bien, inclusive, con la bata de laboratorio que le aguarda en el despacho.

Camina con lentitud impuesta, y aunque nadie lo espera en el centro, acelera el paso para llegar antes de las ocho. Él nunca ha llegado tarde, y jamás ha faltado a las labores desde que ingresó al departamento como jefe de investigación.

Le falta el aíre, así que aminora la marcha cuando ve en el reloj de pulsera que son las ocho menos cuarto. Todos le saludan con respeto, excepto los más jóvenes estudiantes, quienes apresurados casi lo atropellan, y ni siquiera se disculpan. Piensa en lo distinto que son las nuevas generaciones.

En la escalinata del pórtico principal, ve a la asistente del rector, una hermosa dama en edad madura que podría ser fácilmente su nieta. Ella sale al encuentro, él ve un tono serio en su rostro. Un presentimiento le dice que nada bueno le espera.

Mientras caminan, intercambian el reciproco saludo de cortesía, una costumbre que aún persiste, pero peligra en desaparecer en las nuevas camadas de investigadores, quienes ahora inmersos en la tecnología, jamás se desconectan de sus colegas.

Aunque sabe lo importante del uso de las redes sociales, en especial, aquellas que inundan los espacios virtuales de la universidad. Él se mantiene al margen, está convencido que lo distraerían de lo esencial de su trabajo. De haber accedido a la demanda del rector, aún no hubiera culminado la investigación más importante de su dilatada trayectoria.

En la antesala del rectorado, ve en pleno al consejo directivo, teme lo peor.

El gran reloj bellamente adornado libera ocho armoniosas campanadas. Una melodía excelsa procede de fondo de la caja de resonancia de la maravilla mecánica en su interior, fruto del ingenio de épocas precedentes.
El rector sale a su encuentro y le hace una reverencia, tanta zalamería solo le indica que el asunto detrás de la súbita parafernalia protocolar, no le agradará. No en balde, los noventa y ocho años a cuestas, le han enseñado algo de la naturaleza humana.

Le entrega una hermosa y grande carpeta dorada, en el interior, un título honorífico del doctorado más importante de la universidad, en donde leyó en las letras doradas la palabra, emérito. Una forma elegante de despido.

Si bien, él era un caso excepcional y raro por lo dilatado de su labor de investigación, solo permitido por la extrema importancia de su trabajo. Ahora, culminado, él era una carga prescindible. Con una tristeza disimulada aceptó la distinción y partió al exilio, como solía llamar la condición emérita.

Un día, alrededor de los ciento diez años de edad, en compañía de la familia del menor de sus biznietos, en pleno uso de sus facultades y en excelente salud, se enfrentó con el obituario digital del rector quien lo mandó al exilio. Sonrió, al leer que murió sin poder validar en su gestión, la clave de la longevidad desarrollada por su investigación, en donde él mismo fue el conejillo de indias.

Fin

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Imagen de StockSnap en Pixabay

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Una micro ficción original de @janaveda

Imagen de Free-Photos en Pixabay

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Muchas gracias por leerme, espero sea de su agrado.



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6 comments
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¡Jajaja, exquisitamente cruel!

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Hola @ylich,

Sí, me gustó la expresión que asusta para definir el relato. Gracias por el apoyo.

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¡Es un placer apoyar el contenido de calidad e historias tan originales! ❤️

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