Alrededor de la fogata, los tres amigos comparten la botella de licor mientras charlan animadamente sobre la caza recién culminada. Aunque están agotados también están satisfechos porque pronto regresarán a las cabañas con carne para sus familias.

Jorge ríe al comentar lo pálido de la cara de César cuando vio al animal intentar embestirlo en un momento de descuido. Trepó al árbol con mayor rapidez que un mono. Las garras destrozaron la corteza del tronco, el animal hubiera trepado detrás de él al no ser por la certera flecha que acabó con su vida.

Salvador, algo embriagado y callado, solo contempla las muecas de incomodidad de César ante la risa burlona de Jorge. La luna es llena y el cielo está repleto de estrellas por doquier. Un espectáculo abrumador que le reitera los pequeños y frágiles que son en la naturaleza.

Un ruido rítmico está diseminado por la región. La conjunción sinfónica de los cantos de las criaturas nocturnas ocultas entre los densos matorrales, arbustos y arboles imponentes empieza a dar señales de que deben buscar protección. El fuego, además de iluminarlos también tiene la propiedad de espantar a cualquier animal silvestre que merodea por las comarcas.

A lado de las presas inertes, también yace el extraño animal que tanto asustó a César. Tan grande como un oso, pero de rasgos antropomorfos. De chicos, escucharon de los viejos y sabios de la aldea cuentos fantásticos sobre los extraordinarios seres de los bosques. Jorge bromea mientras inspecciona por enésima vez a la criatura. Salvador tan solo mira y sorbe un largo trago.

Nadie pudo atraparlos o cazarlos hasta ahora. El descuido y la pericia extrema de un hombre en el justo momento los harán famosos ante los suyos. César, la carnada; Salvador, el cazador; y Jorge, quien ideó el plan.
Salvador menea la cabeza de lado a lado en señal de desaprobación, ¿cuál plan? solo fue la combinación de elementos aleatorios. Ninguno de ellos, tuvo en mente cazar a una criatura del bosque.

Apilado el uno de los otros, los tres valientes cedieron a los efectos del licor, abrigados en gruesas mantas se quedaron dormidos confiados en la gran llama de la fogata, en los dispositivos de alertas y en las trampas puestas alrededor. Ningún animal con instinto de preservación, osaría en acercárseles.

Con el amanecer también van extinguiéndose las últimas flamas. Sienten helar la sangre cuando percatan la desaparición de la criatura del bosque, y del resto de las presas. La sensación de ser observados los invade, reemplazando al adormecimiento etílico residual. César es quien ve primero, los grandes ojos de la criatura, a unos veinte metros de distancia. Jorge no puede creerlo, ante de dormirse este yacía muerto cerca de la fogata. Salvador, exclama: «los ancianos tenían razón, la criatura del bosque no puede ser cazada».

El por qué aún seguían vivos. Jamás lo sabrán, tan solo el relato y lo inexplicable de hecho lo acompañarán de por vida. Fuente de cuentos para las nuevas generaciones y falta de carnes para la actual temporada.