Micro ficción: La esperanza de la gente del valle

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La esperanza de la gente del valle

—¡Amanda, prepárate que vamos a la fiesta! —, gritó al instante de abrir la puerta.

—¡Sí mi amor! —, ella respondió disimulando un marcado entusiasmo. Imaginó otra noche más con los aburridos amigos de Gustavo, hablando de negocios que no entendía en un ambiente sobrio y con una música de fondo deprimente.

Sumida en la ducha, Amanda, apenas escuchó las risas del empresario, quien tendido en la cama, veía las noticias sobre las últimas medidas económicas en el curvilíneo e inmenso televisor.

Una hora después, ambos bajaron del Ferrari en el aparcamiento del teleférico de la ciudad. La comitiva de recepción los condujo hasta el funicular, una esfera traslúcida con visión de 360 grados en todas direcciones.

La vista de montaña durante el ascenso silencioso era espectacular. Ellos no eran los únicos pasajeros de lujo, al frente, una pareja los ignoraba totalmente.

Treinta minutos y más de 2500 metros de altitud los separaban de una ciudad convulsionada por manifestaciones espontáneas. El atardecer a través del transparente panel cromático, una maravilla de la ingeniería, deslumbraba en hermosura.

De repente, la otra dama la miró inspeccionándola de arriba a abajo, cual escáner de aeropuerto. Gustavo la veía con el rabo del ojo, mientras le tomaba la mano diciéndole con la mirada, ignórala.

Otro equipo de recepción los esperaba en la estación final. Unos chicos altos y graciosas damas uniformados con atuendos muy característicos para la ocasión les sonrieron al desembarcar de la esfera.

De nuevo, ellos están embarcando, ahora en un vehículo ovoidal traslúcido que frotaba sobre un eje metálico. Amanda, estaba impresionada, y dudó de sus pensamientos previos.

Luego de diez minutos, pararon ante el imponente edificio cobrizo. Amanda, boquiabierta le preguntó a Gustavo.

—Querido, ¿quienes son tus amigos?, ¡tienen acceso al edificio presidencial! —, exclamó atónita.

—¡Les vendí la solución final para acabar en forma definitiva con las manifestaciones! —, respondió Gustavo con una lánguida sonrisa de satisfacción.

Ella lo miró arrugando el ceño, y una mueca de preocupación le cubrió el rostro.

—¿Qué te pasa mujer?, ¡déjate de tonterías, y compórtate a la altura!

—¡Acabas de venderle el alma al diablo! —, contestó entre dientes mientras fingía sonreír.

Abajo en el valle, la mayoría de la gente desfallecía de hambre siendo reducido a la esclavitud. Solo, el hermano de Amanda los mantenía con la esperanza de un cambio definitivo que les devolviera la libertad.

Fin

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Una micro ficción original de @janaveda

Imagen de David Bruyland en Pixabay

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Muchas gracias por leerme, espero sea de su agrado.



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