El sol se asoma ardiente y cálido, iluminando los maizales y aclarando los pasos de la brisa y de los jornaleros. Éstos, con cestas a su espalda van abriendo paso entre las hojas poaceas, ágiles evitando cortes y al mismo tiempo cogiendo mazorcas.

Entre el número masculino, hay una femenina notable; de curvas delineadas y piel tostada como el cacao. El sol, curioso. La nota, observa sus actividades y actuaciones - ella simplifica a una diosa.
El sol conoce muchas damas, pero la joven del maizal, tiene unos ojos café que lo enamoran.
Nunca antes vió ojos más nítidos en las lagunas, ni cabellos más lacios.

Cada mañana, entonces resplandece, para lucir más llamativo; pero las nubes también tienen trabajo y lo ocultan. Notan así el interés del sol por la humana y de forma inmediata argumenta una de ellas:

"Esa mortal,
No es para ti.
No te ilusiones,
Que podrías morir de
Decepción..."

El sol, se sonroja. Toma el silencio como un arma. Y pensativo se dispone a imponerse frente a las nubes, deseaba ver su diosa humana, quería cruzar palabras. Pero, observó que no se encontraba sola. Hablaba animosamente con el río cercano, no era la primera vez que lo hacía y tampoco la primera que notaba su respuesta de felicidad en dicha compañía.

El sol, se oculta apenado y triste. Las nubes nuevamente se imponen e inician una torrencial lluvia. Todos huyen del maizal y la joven viéndose sola, siente miedo de regresar a su choza. Y al mismo tiempo cruza su pensar que solo serán unas mínimas gotas que caerían.

Se resguarda cerca del río. La brisa y la lluvia arrecian, desgarra árboles que gritan despavoridos y sin oportunidad de ocultarse. Descabelladamente caen al río, crece el cauce y arrastran a la joven amada; perdiéndose sus respiros en las aguas inquietas.

El sol, perdió su amor.
El sol, llora y se encoge.
El sol, sufre y se mantiene solitario hasta estos días...

Escrito por: Ana Pialejo.

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