[ESP-ENG] CARMILLA (IV)

Trozos. Trozos de oscuridad aún levitan por los cielos esmaltados de una noche nocturna. Mi presencia aún es el aullido de la flores en la oscuridad, me reconocen pues son testigos de mi andar en la sombras. Mi interés se había arraigado a la inocencia de una joven que una vez vi de reojo; su calidad por las apetencias del mundo, su candidez balanceándose entre las odas de la beatitud; repeliendo inocua las imperfecciones que yacen alrededor, todas esos detalles los observé desde mi cabina cubierta de penumbra, obligándome a pisar los terrenos de la perceptibilidad.

Carmilla era una chica fácil de descifrar, pues era como un libro abierto; el más feliz y cándido que he podido encontrar. Su sonrisa tejida por la alegría de sus emociones, conjugaban con el rosado ardiente que se posaba sobre sus mejillas. Su belleza no era extrema, sin embargo, no era eso lo que me intrigaba, sino la incógnita de cómo era posible que una criatura tan radiante vagara por el mundo despreocupada.

Cada vez que abandonaba el mundo de la sombras, me deslizaba por la noche a su habitación en aquella casa de campo. Me posaba pegado a su gran ventana tratando de descifrar lo que soñaba. Se veía plácida en su sueño; como una niña en el regazo de su madre, hasta que vi con preocupación, como se levantaba de su cama de repente y caminaba hacia la puerta de su habitación. No le perdí el rastro así que continué observándola. Parecía no estar despierta pues sus ojos exponían estar hundidos en el más profundo sueño. ¿Carmilla caminaba dormida? Sí, era la sierva de un limbo; entre los sueños y la realidad.

Sentí la necesidad de seguirla, pues sus pasos eran inciertos y su cuerpo frágil como una estatuilla de porcelana. Cruzó la puerta de la entrada de su casa y se dirigió al exterior. Caminó hacia el valle más cercano y luego señaló con su mano hacia el horizonte, luego se quedó inerte por un instante para después retornar a su hogar. Analicé el suceso con sumo detalle, al principio quedé impresionado por la anomalía que Carmilla padecía, pero a la vez me hizo gracia, pues una criatura tan intranquila como ella expresaba una sed colosal de aventuras. Sin embargo, comenzó a germinar en mí un sentimiento de preocupación, y me dediqué a protegerla de los peligros atraídos por su situación.

Cada día, emergía de los portales entre las sombras y la observaba, cada vez estaba más radiante, como una lámpara rodeada de elementos suntuosos en forma de flores. Y cada noche, cuando todo era dominado por la penumbra, me abalanzaba hacia su habitación temiendo que fuera a levantarse de su cama. Esta vez lo hizo más temprano, a solo minutos de que su cuerpo se bañara con las aguas de los sueños. Hizo lo mismo que la vez anterior. Salió al exterior y se quedó quieta en medio del valle, la tomé del brazo e hice que sus pasos se dirigieran de vuelta a su hogar. Mientras caminaba, pude vislumbrar perturbado un aura extraña y púrpura que la rodeaba. Aquello estimuló mi interés por Carmilla y me hizo dar cuenta de que su padecimiento iba más allá de un simple trastorno.

Pasaron los años y yo me convertí en su guardián, la vida de Carmilla transcurría sin percatarse del mal que la acechaba. Vivía rodeada de amor por sus amigos y familiares, pero ese sentimiento; esa sensación tan magnánima, parecía ser el manjar más apetecible para una fuerza mayor y diabólica.

Una noche de descuido, cuando el padecimiento de Carmilla avanzó a empeorar, tuve que manifestarme para salvarla del borde de un acantilado. Hubiera sido una muerte segura, costándome un esbozo de mi identidad vislumbrada por su hermano, la esposa de este y un criado, sin embargo, tuve que hacerlo, no podía permitir que muriera y que su cuerpo se ofreciera al mal que la deseaba.

Antes de dejarla segura, dejé un encantamiento en ella, para que expidiera con palabras el horror que manifestaba su cuerpo cada vez que soñaba. Nunca más caminaría dormida, en vez de eso, se transformaría. Y cuando hube terminado, me perdí de nuevo entre las penumbras y esperé a la noche siguiente.

El hermano de Carmilla, selló todas las puertas y las ventanas de su casa, evitando que cada noche su hermana escape mientras duerme, pero ella no volvió a escapar. Carmilla se transformaba en un bello ser de la noche, que solo se exponía cuando dormía. La primera noche, pude vislumbrar como mi hechizo surtía efecto, y pude escuchar, a su vez, las palabras que manifestaba de su boca: «Ojos de fuego», «Espejo fisurado», no tenían sentido para mí al principio, y cada noche las repetía hasta que dijo una nueva palabra: «Montaña Plateada», tampoco tuvo sentido, pero para el hermano de Carmilla, sí.

Resulta que la Montaña Plateada, era el lugar de descanso de sus padres, pero ocurrieron hechos trágicos allí, lo que me hizo deducir que aquel rancho estaba maldito. Investigué con las sombras y se agitaron pérdidas o desconcertadas, algo siniestro habitaba ese lugar y estaba apoderándose del cuerpo de Carmilla. Decidí no perder el tiempo y buscar la manera de detener el mal por mí mismo, pero el hermano de Carmilla ya había ejecutado un plan.

La familia de Carmilla llamó a un hombre con un aparato extraño de acero, pequeño y portable con varios cables sostenidos por pequeños semblantes. Tenía una pantalla circular en su centro que, cuando la encendía, brillaba con una luz tenue. Sumergieron a Carmilla en una bañera con sal, y el hombre extraño la conectó a su aparato haciéndola dormir tan rápido como un disparo. Fue en ese momento, en que Carmilla se transformó a causa de mi encantamiento, y comenzó a expedir las tres frases de siempre.

De repente, pude detectar en el aire una pesadez perturbadora, como si una fuerza mayor se manifestara dentro de la habitación. ¡Un espejo! ¿De dónde salió ese espejo? ¿Por qué no pude verlo hasta ahora y que es esa tempestad maligna que emana? Observé desde mi inadvertencia como la esposa del hermano de Carmilla se desmayó, al vislumbrar un par de ojos enormes y escarlatas asomándose en el espejo. Caí en conmoción de nuevo pero esta vez pude ver de quien se trataba. La entidad notó mi presencia y en un chasquido nos miramos mutuamente. Él deseaba a Carmilla, de una manera atroz, lo supe al estudiar su mirada, una mirada que quema y corrompe toda la faz de la inocencia.