[ESP-ENG] DRANAE III

E S P A Ñ O L

PERDIDO

La oscuridad cayó ese día; ese día tan perturbador como los gritos de los asesinos que trataron de arrancar mi cabeza. He deseado todo el día no escuchar las palabras de Gonzáles, pero después de lo que vi, esa figura inexplicable, me he odiado a mí mismo por darle la razón a sus palabras.

Me senté con Gonzáles frente a la mesa de mi despacho. Nos tomamos unos tequilas para pasar la tensión, pero ese hombre no se calmaba con nada; parecía inmune a la tranquilidad y a todos sus derivados.

Détesté cada segundo a su lado. ¿Qué estaba pasando? ¿Por qué sentía que aún ocultaba cosas? No podía confiar en Gonzáles y en sus historias extrañas. No ahora.

—Después de lo que viste esta tarde, ¿piensas que todo lo inventé? —Expidió con los ojos desorbitados y la mirada perdida como un muerto.

—No confío en ti, Gonzáles, y creo que eso ya lo sabes. Sé que tienes conocimiento de dónde se encuentra esa cosa, pero me quieres llevar solo a mí, sin nadie más. Estoy considerando ir contigo, pero debes convencerme.

Gonzáles se sentó erguido en su asiento, su rostro comenzó a definir color mientras sus párpados inferiores como bolsas comenzaron a transmutar en sombras púrpuras.

—Esta misma madrugada comenzará la hibernación de la Dranae. Si llega a empezar la perderé para siempre, y yo me quedaré con esta maldición. No quiero que nadie más tenga este tormento, por eso quiero que una persona vaya conmigo; es decir, tú Garza.

Lo miré de soslayo, un poco perturbado y con la desconfianza latente. Me levanté reflexionando mientras él miraba inexpresivo. Era una locura pero sé que mi curiosidad no podía detenerse esa noche. Me paré frente a él; a solo unos centímetros, y le di una respuesta por la que me arrepentiría el resto de mi vida.

—Iré contigo…

El rostro de Gonzáles cambió de funesto a uno más vivido. Comenzó a elaborar un plan sin yo habérselo pedido. Me dijo al final que partiríamos a la una de la madrugada sin armas o cualquier objeto dañino que ahuyente a la criatura. Solo íbamos a ser nosotros y ella.

Partimos a la hora pautada al corazón del bosque. Como se dijo estábamos desarmados, yo estaba inseguro puesto que éramos presa fácil de algún enemigo. Me arrepentía a cada minuto por haber aceptado hacer ese favor, pero ya era tarde para eso.

Llegamos a la parte más densa donde los árboles son mezquinos para dejarte entrar. No había senderos o caminos a seguir, solo laberintos de troncos y raíces gruesas. Según Gonzáles, la Dranae descansaba en el punto más ciego del lugar; dónde ni las criaturas más inocentes se atreven a entrar por culpa de la abrumadora presencia.

Hablábamos mientras caminábamos, como dos ciegos sin rumbo; era la única forma de saber si el otro aún seguía ahí. Gonzáles me contaba cosas sobre su vida, a las cuales no le prestaba mucha atención, pues el miedo me mandaba por encima de mis otros sentidos.

—Y dime Garza, ¿tienes hijos? —De verdad dudé en contestarle esa pregunta.

—Una hija, espero verla cuando salgamos de este país.

—Yo tengo tres hijos, ya todos son mayores de diez años, aunque el mayor aún se comporta como uno de cinco... —A partir de aquí comenzó a quebrársele la voz.

—¿Te encuentras bien, Gonzáles?

—Sí, tranquilo, es que sentí una irritación en la garganta… Y dime, ¿qué harás después de…?

—¿Gonzáles? ¿Todavía sigues conmigo? ¡Responde, maldita sea! ¡No estoy para tus locuras! ¿Dónde estás? —No volví a escuchar su voz.

La oscuridad era tan intensa que me sentía atrapado. Estaba asustado y me estremecía de escalofríos. Sentí un dolor en mi estómago causado por el horror y la ansiedad. Me recosté en el suelo por ser lo único que podía sentir.

De repente, escucho una exhalación que no parecía humana, luego el crujido de un montón de ramas rompiéndose. Lo primero que pensé fue en Gonzáles así que le grité con todas mis fuerzas, pero él no respondía.

Traté de avanzar gateando en medio de tanta oscuridad. Gritaba, lloraba, aullaba; ya no sabía qué hacer para aminorar el terror que me estrangulaba. Mencioné el nombre de Gonzáles una y otra vez hasta que, como una revelación espantosa, algo se paró frente a mí. Veía como una luz roja lo iluminaba cada vez más claro, y fue así, que vi todo su ser; era la Dranae mirándome con ojos furiosos vacíos, mientras sostenía con una de sus manos lo que parecía ser el brazo de Gonzáles.

Liberé un grito de espanto que apuesto que fue tragado por el bosque, y toda la oscuridad se apoderó de nuevo de mis ojos. Desperté en una aldea, a cientos de kilómetros de mi campamento. Unas mujeres me cuidaron mientras me miraban con lamento. No podía dejar de escuchar el nombre de la Dranae en mi cabeza. Sabía que algún día nos volveríamos a encontrar, como Gonzáles la buscaba con tanto miedo y pasión.

FIN