Mucho o poco se hablaba de las civilizaciones que emergieron de la región perdida de Isahara, a excepción de una, que fue la que llamó la atención de sabios conocedores de manuscritos antiguos. Se dice que aquel lugar era hogar de titanes, que gobernaron con puño de hierro desde allí a todos los demás pueblos que se instalaron en los valles y praderas de Isahara.

La ciudad de Cantum, surgió de los cimientos ruinosos del pueblo de Ishta: «La madre bruja», y estos fueron derrotados por pueblos nómadas que decidieron asentarse junto aquel pueblo de seres particulares. Los hijos de Ishta eran detestables en apariencia, por su piel escamosa y gris parecida a un reptil, con ojos achinados, amarillos y sin parpados, y tenían la tapa craneal completamente plana y sus cabezas estaban ausentes de orejas.

Cualquiera que los viera actualmente sentiría mucho temor, puesto que su lenguaje solo emitía gruñidos y sonidos carrasposos que parecían provenir de lo más inhóspito de sus gargantas. Cuenta la leyenda que la bruja Ishta, al no tener hijos los creó, pero aberrantes en apariencia. Mezcló la sangre de reptiles con la de humanos y de ese pozo caldoso nacieron esos humanoides.

Los habitantes de Cantum los detestaban y temían, especialmente por sus rituales que iban dirigidos a los dioses reptantes, que según sus creencias moraban en la tierra y el cielo. Y en medio de una riña de discusiones decidieron atacarlos y destruirlos. Los guerreros de Cantum acabaron con ellos raudamente, puesto que los hijos de Ishta no conocían el arte de la guerra. Quemaron su poblado y lanzaron los cadáveres a las lagunas, que proliferaban en la región perdida de Isahara.

La ciudad de Cantum prosperó a través del tiempo con fuego y metal, se dice que gracias a la dirección de los hijos de los titanes reyes. Dentro de sus muros se encontraba el corazón de Carnak, la gema más apreciada por todos los pueblos de Isahara y más allá. Se dice que es el órgano vital cristalizado del rey de los titanes, solidificado después de arráncaselo y entregárselo a sus hijos.

El corazón de Carnak yacía dentro de un templo protegido por sacerdotes eunucos, pálidos y severos. El aspecto de estos sabios era parecido al de un fantasma o un ser espectral, puesto que evitaban la luz del sol y el contacto con cualquier otro ser vivo. El rey de Cantum, señor de todo lo que habita en Isahara, gobernaba con la misma inclemencia con la que regían sus padres divinos. El primer descendiente era «Carsint», y lo apodaban el cruel, porque desde su trono esclavizaba a todos los demás pueblos que se establecían en las cercanías de su amada ciudad.

Durante aquellos días posteriores a la erradicación de los hijos de Ishta, las personas temían por alguna maldición vengativa de parte de la bruja. Las supersticiones corrían por las calles de Cantum, incluso atravesaban las puertas de los herméticos templos. Los oídos de los «Tanari» (los sacerdotes ciegos), eran tan agudos que podían percibir hasta el más insignificante y perturbador sonido.

En la parte más recóndita del lugar sagrado, un grito agudo emergió de la profunda oscuridad. Los invidentes en su diestra movilidad para deslizarse entre las sombras dieron con su origen, y los demás sacerdotes, que no poseían aquel semblante despojado de visión, acudieron a ellos para encontrar la causa de la agitación.

Habían encontrado a «Nahain», el más viejo y sabio de todos los sacerdotes invidentes, que había escrito con sangre sobre La Pared Sagrada de los Lamentos antes de emitir su último grito de vida. El escrito escarlata estaba en idioma Niunsu, una de las primeras lenguas de Isahara, y al traducirlo los sacerdotes videntes se espantaron, porque solo decía la palabra: «Venganza».