[ESP-ENG] SESIONES CON EL VAMPIRO I

E S P A Ñ O L

SESIONES CON EL VAMPIRO

Había llegado el momento de mi cita con el doctor Ferdinand, aunque no me sentía predispuesto. Todavía había cosas en mi cabeza que no se podían disolver, y las sombras de mi pasado de nuevo me recordaban la desgracia; era como estar atrapado en torbellinos asfixiantes, que no me dejaban ni por un momento.

El doctor Ferdinand llegó a mi casa a la hora pautada. Le ofrecí té negro con un poco de pan tostado aderezado. Mientras hablábamos de la cotidianidad —que no tenía nada que ver con mi caso—, se limpiaba las gafas y luego hacía muecas como si algo le molestara.

—¿Se siente bien?—Le pregunté con cierta preocupación—.

—Para nada, Octavio, solo estaba pensando en las anteriores sesiones. Me desconcierta un poco que no hayamos logrado un avance.

—Perdón, doctor, pero se equivoca. Aunque usted crea que soy un demente, debo asegurarle que ha hecho un gran avance en mí.

—¿Lo hice? —Respondió con asombro. —Estamos en la cuarta sesión y usted sigue creyendo que es un vampiro, ¿eso lo hace sentir mal?

—En lo absoluto, —Le contesté esbozando una leve sonrisa—, solo quiero que se desprenda de su incrédula subjetividad y comprenda que los cuentos de hadas están aquí y ahora.

—Francamente no sé a qué viene todo esto. Usted, que padece un delirio de personalidad, posee la suficiente inteligencia como para darse cuenta de su irrealidad.

—Hay muchas cosas que son irreales doctor Ferdinand, pero le aseguro que esto es tan cierto como la palma de sus manos, como mi naturaleza, que es diferente a la suya, comprende a la perfección su conciencia y su modo de ver lo tangible.

—Y dígame usted, ¿cómo es esa cualidad que nos hace tan distintos?

—No es «cómo», doctor, sino «qué», es un instinto que me permite confrontar a quienes veo. Todos los vampiros lo poseemos, algunos más desarrollados que otros.

—Ustedes los vampiros serían excelentes psicólogos. —Sonreímos al mismo tiempo.

—La verdad no lo creo. —Respondí aún sonriendo. —Ningún vampiro querría psicoanalizar a una presa. Esto es un don nato que a veces puede llevarnos a la confusión. No es tan simple.

—Respóndeme una cosa: si tu inteligencia está por encima de todo esto, ¿por qué vienes a verme?

—Porque me siento culpable, doctor.

—¿De verdad? ¿Por qué no me lo dijo?

—Porque quería esperar a que creyera lo que soy, pero veo que eso no sucederá así que abordemos el problema de una vez.

El psicólogo una vez más me miró con incredulidad. Pensaba que algo le ocultaba. Luego hizo más muecas y tomó varios sorbos de té, para después afincarse en su silla y decirme algo importante.

—Antes de que comience a hablar doctor Ferdinand, déjeme decirle lo que me perturba. Solo tengo una hora y no puedo esperar a la próxima sesión.

El psicólogo se quedó tranquilo acomodándose en su silla e hizo un ademán para que continuara.

—Lo que me atañe es que hace poco, le arrebaté a una niña su humanidad, reemplazándola por conocimientos milenarios hasta la modernidad. Ella estaba dolida por su mamá, pues yo la arranqué de sus brazos. Hace dos semanas, volvió a confesarme su nostalgia, y me pidió que le otorgara una madre que llenara ese vacío abismal.

»Mi alma, si es que poseo una, se inundó de lágrimas, por lo que me negué a su comprensible decisión. No quiero que me vea como un ser desalmado, pues sé que hay mucho más en mí que eso.

—Querido amigo, no sé con exactitud si esa sea la razón de su padecer, pero hay algo en su culpa que no me termina de convencer del todo. Si de verdad le conmueve la situación de la pequeña, ¿por qué no la deja ser?

—Es difícil doctor, solo quiero un legado; alguien a quien pueda dejar mis pertenencias cuando me vaya.

—¿Y adónde irá usted?

—A descansar por supuesto. La inmortalidad puede agotar, incluso en los momentos más sutiles y frescos de docilidad.

El doctor Ferdinand me mira fijamente; reflexivo. Decía en su mirada que necesitaba más argumentos para continuar, pero en su entender, yo no terminaba de dárselas.

—Definitivamente, no puedo seguir tratándolo a usted. Creo que ha creado este personaje vampírico como un intento desesperado de erradicar cierta culpa. No sé si lo que me ha contado es verdad, pero por lo menos estamos progresando.

—Temo que no volveré a recurrir a sus servicios doctor Ferdinand, desgraciadamente esta será nuestra última sesión. Que pase un buen día.

—¡Espere! Hagamos otro intento. Esta vez lo tomaré más en serio, creo que podemos encontrar un nexo en estas sesiones. Por favor, lo que resta de esta sesión y la próxima.

CONTINUARÁ...