¡Ay, pero que terrible ha sido la partida de Talía! Aún recuerdo aquella tarde sombría, mientras ella me abrazaba sobre las orillas de la playa, sosteniéndome en sus brazos cual madre a su niño, mientras frotaba con su velo blanco y empapado mi extenuado rostro. Allí fue cuando mis ojos la vislumbraron por primera vez. Parecía una virgen destellante de virtudes, con una sonrisa tenue que exponía belleza y calma. Tocando mis mejillas con sus tersas manos blandas.

Mi navío se quebró cerca de la costa de su pequeña aldea, mientras me encontraba en la más turbia odisea. Mi alma no dejaba de dirigirse hacia ese horizonte riesgoso y, por un giro del perverso destino, pasé sobre unas escarpadas mientras estaba distraído rompiendo la base de mi barca y dejándome a merced del mar.

Morí por un instante o eso era lo que pensaba, hasta que me encontré en los brazos de aquel ángel. Aquella rosa blanca y celestial de divinas potestades, que me confirió palabras de seguridad y sosiego. Me llevó a su pueblo teniendo yo el cuerpo débil, y me dio remedios untados sobre alimentos. Me preguntaba porque una mujer tan joven y bella se encontraba sola, y la respuesta fue algo que de verdad no me esperaba.

Talía provenía de un linaje de pescadores y hechiceros, que rezaban a criaturas retorcidas provenientes del fondo del mar. Los vecinos de su pequeño pueblo conocían bien su historia, y a pesar de sus manías no se atrevían a rechazarla, pues era una gran curandera conjuradora de salvedades místicas. Sus padres murieron siendo ella aún una adolescente, y desde entonces ha tenido que levantarse sola.

Su tragedia más lacerante provino primero de su padre, quien por las noches la llevaba a invocar a uno de esos poderosos habitantes del mar, rogándole pesca buena y excedencia provechosa. Talía veía como su viejo se ofrecía en cuerpo y alma a aquellas aberraciones, hasta que un día, sin avisar, se lo llevaron, como premio por su servidumbre.

Luego fue su madre quien continuó por ese camino, y para sorpresa de Talía, sufrió el mismo destino. Desde entonces ella buscó la manera de levantarse sola, sin someterse a aquellos sortilegios, y debo contar que la encontró, pero su sangre aún clamaba por el mar; a aquellas bestias informes y colosales. A aquella insolente maldad que yace en las fauces abisales. Ella se creía lista para enfrentarlas y detenerlas.

Durante aquellos días en que me encontraba recuperándome en su hogar, la observaba atento por las noches mientras ella se quedaba vislumbrando el horizonte marino. Colocaba sus manos en su pecho como si cargara un fuerte dolor, luego inclinaba su cabeza un poco hacia abajo dejando caer sus cabellos negros. En un momento de mi monomanía, atisbé con preocupación una lágrima que se deslizaba por su mejilla izquierda, acompañada por un llanto leve que parecía reprimirlo con todo el ímpetu de su garganta.

Un pálpito de curiosidad retumbó en mi pecho, dominándolo por completo, mientras me hallaba desapercibido de la presencia de aquella bella celestial. Volví de nuevo a mi cama, para no ser descubierto, mientras escuchaba los pasos descalzos de Talía acercándose a mí. Me paralicé del miedo, controlando mis agitaciones, y en uno de mis suspiros sentí una de las manos de Talía deslizándose por mi mejilla. Y fue en ese instante en que me quedé dormido.

Horas después durante la madrugada desperté. Miré a mi alrededor buscando la presencia de Talía, pero no la percibía. La busqué en su cama y noté que no estaba, y fue entonces cuando decidí buscarla en aquel peñasco, donde según sus historias, desde allí sus padres invocaban a los seres del mar. La encontré sobre el borde con los brazos extendidos esperando ser tomada. Y cuando la luna estuvo en su posición más ascendente, una extremidad: grotesca, retorcida y colosal, emergió del mar tomando a aquella incauta para arrastrarla abruptamente hacia las aguas.

Me estremecí del espanto y en lamentaciones caí de rodillas, esperando a que un milagro ocurriese y así Talía volviera, pero no sucedió. La historia transcendió por todo el pueblo, y los habitantes en su indiferencia prefirieron no mencionarla. Yo por mi parte siento que sería un insulto a su memoria, y ahora navego por los mares buscando respuesta a su sacrificio.