Desde un primer momento comprendí que una de las mayores amenazas en la sabana africana no eran en realidad los propios animales sino los cazadores furtivos.

Las altas temperaturas impactaban sobre nosotros con tanta intensidad que muchas veces sufríamos de la sequía. Vimos morir a nuestros animales de hambre y de sed sin siquiera poder hacer algo para aliviar el sufrimiento de todos ellos. Incluso nosotros también estábamos en riesgo, pues éramos una pequeña tribu asentada en una región particular.

Las noches parecían calmar ese calor asfixiante y por sobre todas las cosas nos brindaba unos pocos momentos de relajación. Los animales descansaban pero nosotros nos manteníamos activos para aprovechar la quietud de una región que en cualquier momento podría despertar a toda furia. Claramente también habían animales nocturnos que intentaban cazar a sus presas, de los que intentábamos aprender, pues bajo las circunstancias actuales, era una necesidad.

Comencé a pensar que lo mejor era a ir en la búsqueda de agua para paliar el día infernal que nos acontecería el mañana. Me dirigí hacia mi mujer y le dije que me acompañase, por que la verdad, no sabía con qué me podría encontrar. Los cazadores estarían allí, ocultos en algún lugar, esperando el momento indicado para cazar con el total desprecio a la vida a nuestros animales.

No muy lejos había un arroyo, que si lo seguíamos, casi con certeza nos llevaría a un río donde habría abundante agua como para satisfacer a nuestra gente. Imaginé que si bien valdría la pena, no sé que es lo que podríamos perder en el transcurso.

Pertenecemos a la tribu Nhumumbara, que si bien somos fuertes y valientes, nuestra característica principal está dotada por las energías de nuestros ancestros. Y nunca voy a olvidar lo que me enseñaron. "Todo lo que perece, renacerá aún más fuerte." Sin lugar a dudas, hemos aprendido el arte de convertir lo marchito, lo tieso, lo fúnebre, en al algo considerado vital; quizás no en su forma propiamente esencial.

Llegamos allí arrastrándonos y sufriendo las consecuencias de tan elevado calor. Nuestros cuerpos se habían deshidratado tanto como para aclamar con intensos deseos una gota de agua que calmaran nuestras arenadas y secas gargantas violentadas por el continuo rayo del sol.

Logramos divisar un arroyo fluyendo su saciante agua, pero mis energías para dar tan solo el siguiente paso eran nulas. Me desplomé e impacté mi rostro en aquella dirección.

Cuando desperté mi mujer me estaba golpeando las mejillas y dando un trago de agua que logró reunir del arroyo, y luego acontecí unos cuantos elefantes corriendo con mucho pavor por sus vidas. Claramente eran los cazadores yendo por los colmillos, los cuales veían en igual valor al diamante.

Para el mismísimo momento en que nos incorporamos, escuchamos varios disparos de lo que al parecer era un rifle de caza. Varios elefantes estaban tendidos sobre el suelo desangrándose mientras, con mucha dificultad, aún continuaban exigiendo una bocanada de aire para continuar con su existencia. Sus pechos se inflaban con más lentitud hasta que en un suspiro, dejaron de existir en nuestra vida terrenal.

Nos llenamos de furia e impotencia y prometimos vengar la muerte de cada elefante; olvidándonos de que en nuestro hogar, aún nos esperaban nuestros seres queridos. Entre los animales muertos, aún había uno con vida, de una entereza ruin, pero que podíamos sacrificar con un rito a nuestros ancestros y ser devuelto bajo un manto de energía sobrenatural.

Aquellos hombres se habían ido luego de cercenar completamente las mandíbulas de nuestros amados elefantes, los cuales considerábamos sagrados. Por lo que no tuve más opción que tomar una de las dagas que traía conmigo y enterrarla en el corazón del animal, mientras que mi mujer proseguía con el rito para forzar a que el cuerpo se quede aquí pero en su naturaleza espectral. Podría ser contradictorio pero tendría más vitalidad que en la propia vida.

De pronto el animal se levantó exaltado y su ojos se habían tornado de un rojo intenso, quizás inundados en sangre. Su piel lucía áspera, pegada a sus huesos y de un color no tan grisáceo como lo conocemos en lo habitual sino un tanto verdoso. Eso nos preocupó demasiado, pues no sabíamos como iba a reaccionar con nosotros, y muy posiblemente, hayamos traído a este mundo un ser que jamás morirá, porque en definitiva ya estaba muerto.

Nos alejamos lo suficiente como para que no nos atacara, sin embargo eso no sucedió. Nos adoptó como parte de su familia. Podíamos ver que su trompa nos cubría nuestros hombros, quizás se sentía demasiada pesada, pero era una muestra de cariño o amor. No supimos que más pensar al respecto en esa situación.

Cargamos nuestras vasijas con agua del arroyo y volvimos con la intención de regresar con él a nuestra aldea. Los aldeanos sabrían como tomar este caso, incluso les llamaría a ciencia cierta la atención.

En medio del camino de regreso a casa una camioneta se apareció de la nada. Supuse que iban a recoger las últimas piezas de marfil de los elefantes pero nos aparecimos nosotros en su trayecto. Indudablemente y a nuestro pesar, seríamos los siguientes en morir si no lo evitábamos.

De repente comenzaron a volar disparos desde dentro del vehículo, esta vez hacia nosotros hiriéndome a mí en el hombro. Noté el proyectil impactar sobre mi cuerpo y un ardor que jamás había experimentado hacerse cada vez más intenso. Mis jadeos eran la clara y concisa muestra de una respiración anhelosa. Sentí estar grave, con más sentido mientras mi visión se nublaba.

Mi mujer me bajó del elefante y arrastró con todas sus fuerzas hacia la aldea más próxima exclamando por ayuda. Por suerte nuestra comunidad es muy unida y vino por nosotros haciendo lo terrible un poco más leve, sabiendo que me salvarían la vida.

El accionar de los cazadores enfureció de una manera sin igual al elefante, quien fue tras ellos volteando la camioneta hasta hacerla añicos. Ensangrentados, huían despavoridamente hacia un rumbo poco exacto; pues aparte de que el elefante los haría pedazos ni bien los tuviera cerca, los demás aldeanos enterados del suceso, irían tras sus cabezas, confiando en un pacto en que todo quedaría entre ellos.

Desde entonces todos los años la comunidad Nhumumbara conmemora el nacimiento del gran bastión de la sabana.

Un elefante que ha regresado de un submundo desconocido; traído hacia un plano terrenal, aún conserva esa energía que, de alguna forma y casi sin explicación, lo dota y caracteriza de ser inmortal.