¡Qué pena con la orilla!

Desde la orilla mi ojo es observado.
Lo observan cuando pasa metido en mi cabeza
mirando hacia la orilla como buscando algo.
Mi ojo no lo sabe o quizás se hace el loco,
como si la costumbre de ser visto no le simpatizara,
como si no supiera que en la orilla, lo que busca, lo mira,
que no puede esconderse del árbol, de la flor,
que jamás huiría de una orilla poblada,
que no hay escapatoria ni al cerrar su mirada,
y que pese a esconderse de alguna fiera rabia
ya hace tiempo que todo lo mira con malicia;
no ve que el ojo humano pone siempre la vista allí donde ve algo,
no ve que el ojo humano quita siempre la vista
de aquello a lo que mira.

¡Qué pena con la orilla!, hacerle tanto daño.
Yo avanzo desde el centro, con mi ojo al que miran las orillas,
con mis propias orillas destrozadas,
avanzo en disimulo
como si no quisiera que nadie me mirara,
pero entonces me miran y me vuelvo la orilla
y soy la fiera rabia
y miro con malicia
y nadie se me escapa ni al cerrar su mirada;
no ve que el ojo mío es tan humano.

¡Qué pena con la orilla!, hacerla desgraciada,
pero también es lindo arrimársele un tanto
no ve que uno no puede vivir sin ese lado;
si uno no se orillara no dejara pasar,
las caricias serían muy atrevidas
y los barcos no saldrían a otro mar

¡qué bueno que existen las orillas!
porque en cualquiera de ellas nos veremos pasar
y a lo mejor la tuya se detiene en mi orilla
y a lo mejor la mía no te deja pasar.

Jesús Pérez Soto

Fotografías de mi autoría, tomadas con mi móvil J4