El Baúl de los Recuerdos: descubriendo a Bécquer – Primera Parte

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Lo bueno que tiene desempolvar el Baúl de los Recuerdos, es que siempre puedes tener la seguridad de que, aunque sea de un modo casuísticamente aleatorio, el fragmento de memoria que aparezca, será lo más parecido que veas nunca, a ese genio de la lámpara maravillosa que te concederá el deseo de recuperar un instante que dabas por perdido en el limbo de lo desaparecido, que en ocasiones es la memoria.
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El instante perdido que pretendo recuperar y compartir con ustedes, comenzó hace tantos años, que por sí mismo se ha ganado el derecho de llevar, como los cuentos tradicionales, el galardón esplendoroso del érase que se era.
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En efecto, érase una vez una clase de Literatura, donde un profesor, cuyo tímpano derecho había sido cruelmente condenado al silencio por un obús de artillería que impactó en las proximidades de la trinchera que defendía, en ese enfrentamiento fratricida y preámbulo a otro mucho mayor que convulsionó al mundo y que en España se conoce como la Guerra Civil, intentaba acercar la figura y la obra de aquél poeta sevillano, Gustavo Adolfo Bécquer, a un grupo de jóvenes descerebrados a los que esperaba con los brazos abiertos, si Dios y la educación no lo remediaban, una siniestra criatura llamada Marginalidad.
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Dicen que la música amansa a las fieras y si bien la poesía en aquélla época no conseguía echar raíces en el árbol marchito de nuestra ignorancia, las leyendas, por el contrario, nos resultaban tan fascinantes, que por un momento aquél viejo y sordo profesor se transfiguraba en Apolo y con la metafórica música de su interpretación, cautivaba nuestra atención, haciéndonos tan sumisos como los leones de un circo al mandato del látigo del domador.
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Una por una, las formidables leyendas de Bécquer fueron cautivándonos, de la misma manera que la hermosa e inteligente Scherezade cautivó la atención del homicida sultán y como si de las Mil y una noches se tratara, aquél grupo de patibularios pandilleros aprendió a estremecerse, de terror y de placer –curiosa paradoja, no creen- con el Monte de las Ánimas, con la Cruz del Diablo, con Maese Pérez el organista, con el Rayo de Luna, con la Cierva Blanca, con el Miserere…
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[Fin de la Primera Parte]

AVISO: Tanto el texto, como las fotografías que lo acompañan, son de mi exclusiva propiedad intelectual y por lo tanto, están sujetos a mis Derechos de Autor.
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A Bécquer le tengo un lugarcito en mi corazón y varias anécdotas que no vienen al caso, pero sí hay una que recordé mientras leía las primeras líneas de este post. Era yo una chica universitaria amante de la poesía cuando, por majadería del destino, tuve un novio granjero. Aunque mi intención no era educarlo, siempre le hablaba de lo que leía, especialmente de los cuentos y poemas. Una vez, el muchacho, en desconocimiento de algunas cosas me preguntó: y qué es la poesía. Y yo, creyéndome la poeta más encumbrada de la noche, le dije: ¡Y tú me preguntas qué es poesía? Poesía eres tú. El muchacho me miró como si estuviera loca. jajajaja. Gracias a Bécquer descubrí que aunque aquel chico era mi primer amor, no sería el último. Por fin puedo leerte por aquí. Te abrazo

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Me avergüenza decirlo, porque se me puede tildar de machista, pero hubiera dado cualquier cosa por ver esa escena, precisamente tú, diciéndole a tu primer amor, eso de poesía eres tú. Me juego cualquier cosa a que el propio Bécquer se hubiera quedado más cortado que un pavo en Navidad. Ay, amores, amores...Aunque continuaré la serie de Bécquer, quizás no sepas, que en su tiempo, como poeta fue un incomprendido y apenas tuvo éxito, aunque hubo un crítico de la época, toda una eminencia en los ambientes intelectuales españoles, de nombre Eugenio d'Ors, que le echó un buen capote cuando, acerca de su poesía dijo, en plan admirativo, que parecía 'un ángel tocando el acordeón'. Bécquer fue un gran compañero de juventud y aunque escribí muchas poesías (tontunas, todo hay que decirlo, aunque algunas sonaran bonitas) lo que más me provocó y me incitó a escribir, a viajar, a conocer esos sitios de inspiración, fueron, sin lugar a dudas, las leyendas. Y te aseguro que pisar los mismos lugares que pisó Bécquer y que sacaré a relucir más adelante, dejan huella en el alma. Abrazos

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Parece que muchos leemos a Bécquer en la juventud asumiéndolo como un autor que trata temas amorosos. Más adelante podemos ver que tal vez lo que parece amoroso termina siendo metapoético. En ese sentido, creo que hay en Bécquer algo de la modernidad poética en castellano. Claro que en tu post destacas el lado de las leyendas al mismo tiempo que homenajeas a tu profesor. Yo me he quedado con la imagen del profesor y su esfuerzo frente a ese grupo de adolescentes rebeldes. Asimismo, puedo percibir que destacas, con la remembranza breve de un episodio de la historia de España, que también podemos hallar belleza en momentos sórdidos. Qué buen fragmento has sacado del "baúl de los recuerdos".

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Resulta paradójico, pero en su tiempo, a excepción de la redacción del periódico donde trabajaba, nadie apostaba un céntimo por Bécquer y sobre todo, por su poesía. Y sin embargo, ya ves, mi estimado amigo, hoy en día , ¿quién no conoce a Bécquer?. ¿Qué generación no ha estudiado a Bécquer?. ¿Quién no ha repetido alguno de sus poemas?. Poemas que tienen también sus claves, su simbolismo y sus metáforas, sobre todo cuando se trata de la mano, tema que ha dado lugar, por otra parte, a numerosos estudios. Y en relación a las leyendas, ¿cómo no dejarse seducir por ellas, si constituyen el alma del pueblo y Bécquer podría decirse que fue su cronista, aparte de las florituras literarias de que las rodeó?. Como mejor se entiende y vive a Bécquer, es procurando pisar y sentir esos mismos lugares que enfebrecieron su imaginación. Y es lo que pretendo continuar sacando de mi Baúl de los Recuerdos. Muchas gracias por tu amable comentario y un afectuoso saludo.

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