El Callejón del Gato

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No hace mucho tiempo, vagamundeando placenteramente por ese Madrid de los recuerdos, al que acuden con asiduidad los sibaritas cuando sienten la apetencia de yantar castizamente y sacudirse la nostalgia con el vino de los caminos, esos mismos que hacían que Rabelais hablara buen latín y que Villon se sofocara llorándole a las nieves perdidas, volví a pasar por el Callejón del Gato.

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Como la protagonista de esa obra inolvidable de amor y misterio, que es la ‘Rebeca’ de Dapne du Maurier, yo también podría alegar que volví a soñar, no con la victoriana decadencia de Manderley, pero sí con aquél Madrid de las leyendas, donde los fantasmas se ocultan en aquellos mismos callejones donde la pasión incontrolada se cruzó fatalmente con aquella que dicen que es la peor de todas las horas: la que mata.

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Lejos, no obstante, de matar, aquellos cien metros de estrecheces, donde sol y sombra son como los viajeros en el suburbano, disputándose a empellones un asiento en hora punta, inducen a rebuscar, en ese baúl de los recuerdos que todos llevamos a buen recaudo entre ceja y ceja, y sacar de su ostracismo esas viejas historias que Calleja seleccionó a propósito, para que los abuelos tuvieran ocasión de lucirse en los fogones familiares, más allá de las tradicionales y consabidas batallitas de la guerra.

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Y entre Fraguas de Vulcano, Tabernas Pompeyanas, Tabernas Espartanas y Villa Rosas, apagados, sin embargo, esos corazones de la buena restauración, que son los fogones, sentí que el hambre atroz que me estaba atormentando, tenía su origen en la sutileza de lo fantástico y recordé a aquél justiciero espíritu burlón, que bajo la apariencia de un gato negro, puso en el cadalso de las circunstancias, como corresponde a toda buena justicia, infidelidades, asesinatos y tenebrosas enceladas.

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Pero claro, después recordé que los pasionales personajes que terminaron encadenados a una sábana en el Más Allá, para perturbar a las almas piadosas en el Más Acá, no son, precisamente, del agrado de esa Madame de Pompadour que es la Historia, que prefiere la versión del gato montés –afortunadamente, especie protegida en la actualidad- con cuya piel se le hicieron unas botas al Cardenal Cisneros, que terminó regalando al ilustrísimo Fernando Fernández de Córdoba, el Gran Capitán, porque los gatos no cesaban de orinarse en ellas.

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AVISO: Tanto el texto, como las fotografías que lo acompañan, son de mi absoluta propiedad intelectual y por lo tanto, están sujetos a mis Derechos de Autor.
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Tempranito, aquí todos duermen, hasta el gato.
Aún estoy en la cama, y veo y veo con detenimiento el callejón del gato, y disfruto lo sabroso que lo nombras, que le cuentas.
Una copla de "Florentino y el diablo" (obra que ya te nombre una vez) dice:
" coplero que canta y toca
Dos justas ventajas tiene
Toca cuando le da gana
Y canta cuando le conviene."
Tú, fotografías y cuentas, tienes dos justas ventajas.
Todo tan lleno de vida, de historia, de anécdotas interminables.
Me detuve en un grueso cable que une los dos lados del callejón, en unas bambalinas, que están en lo más alto, que me recuerda" la fiesta" de Serrat.
Donde más me detuve, con la boca aguada, con dentera, fue en el letrero donde dice " sidra natural", en la taberna, en las pizzas caseras.
Yo fui fumador, pero un día dije, no fumo más, hace más de 20 años, y lo cumplí, pero me sigue gustando el olor del cigarrillo, y creo que disfruto cuando veo a los otros hacerlo; pero estoy convencido, que si yo estuviera en el callejón del gato, si yo algún día estuviera allí, (soñar no cuesta nada) pediría dos botellas de sidra, una para mí y otra para para mi harto pana de Madrid, y volvería a fumarme un cigarrilo más en mi vida.

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Ya sabes, mi pana, que los meses de verano suelen ser, por tradición, aquellos donde la fiesta y la romería engalana pueblos y ciudades en ésta vieja piel de toro, que es esta España mía, camisa blanca de una esperanza que pierdo cada día más, si bien eso no me impide patearme sus calles con la visión del que sabe valorar (o eso creo) todo aquello que se está perdiendo. En efecto, esas banderolas que tanto te han llamado la atención y que inevitablemente nos remiten a Serrat y su canción machadiana, Fiesta, representan precisamente eso, con la salvedad de que este año, son más simbólicas que una invitación a la alegría, pues el Covid ha dado al traste con las grandes reuniones, las celebraciones comunales y mil y una cosas que nos harán acordarnos de que cualquier tiempo pasado fue mejor. Será un placer para mí, si algún día tienes ocasión de venir, acompañarte por ese Madrid legendario y castizo, el Madrid auténtico y por supuesto, las sidras corren de mi parte. Y el tabaco , también, si la Comunidad y el Gobierno lo permiten, porque se va a implantar en breve la prohibición de fumar en las calles. En fin, prefiero no dar mi opinión al respecto, pero sí te diré que llevo toda mi vida fumando, y como el famoso vidente norteamericano, Edgar Cayce, quizás lo haga como una máquina porque al sitio que iré no hay cigarrillos. Este es un callejón realmente curioso, que en realidad se llama Calle de Álvarez Gato, pero siempre ha sido conocido popularmente como el Callejón del Gato. Y como muchas de las antiguas calles y callejas madrileñas, siempre hay una o varias leyendas detrás, que hacen que un paseo resulte siempre más ameno, lejos de las aburridas fanfarrias de la oficialidad turística, que muchas veces se ciñen tanto al guión, que olvidan la maravillosa poética que se esconde detrás. Échate una cabezadita, que Sol te va a dar un escobazo por trasnochador e internetero, ja, ja, ja. Un abrazo

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Salud y buenaventura @juancar347
Singular rincón madrileño del que no había escuchado nunca, cosa que no es estraña dada la distancia que nos separa. Es hoy primera o segunda vez en leer tus publicaciones, de las que estaré pendiente en el futuro.
Al ver esos particulares balcones me vienen recuerdos muy viejos y aprovecho la ocasión para preguntarte si todavía existe La travesía de Belen y en caso tal y aunque no sea tan pintoresca y colorida le dedicaras una publicación.
Agradeciendo su atención y a la espera de respuesta le deseo éxito.

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Hola, estimado @felixmarranz. Por supuesto que existe, y espero poder hacer una visita, pues repasando el callejero, me he encontrado con la sorpresa de que precisamente en ella se encuentra una hermosa singularidad artística, a la que se conoce popularmente como 'cachito de cielo': una hermosa y pequeña capilla, que además parece que está abierta a cualquier hora del día y de la noche y que merece toda mi atención. Cuándo lo haré, no sabría decirte, porque ahora ando un poco liado y seguramente de aquí a la semana que viene, me marche unos días de vacaciones por el Norte. Pero al regreso, dalo por hecho. Muchas gracias por tu comentario y sugerencia. Un abrazo desde Madrid

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