Éramos sólo tres productores audiovisuales, luchando contra las dificultades de la pobreza y la corrupción de las instituciones culturales. Sin embargo, en nuestro diminuto equipo de investigadores-artistas, había un fuerte compromiso y una gran claridad de propósito: realizar obras fílmicas que mostraran las cualidades más hermosas de los pueblos que resisten las peores dificultades imaginables.

En este vídeo, la psicóloga chilena-palestina Nelly Marzouka nos explica el poder de la resiliencia que ha desarrollado el pueblo palestino. A través de su historia personal (pues ella también debió emigrar) entendemos el drama de Palestina, así como la capacidad del ser humano de superar los traumas y las catástrofes.

En aquel momento mi mente inquieta, siempre inclinada a la filosofía y la psicología, no dejaba de preguntar si acaso la llamada “resiliencia” (un concepto de moda) podría ser no más que un nombre florido para ocultar la simple resignación.

Ahora, 9 años después, viviendo y sufriendo la catástrofe de Venezuela, puedo entenderlo mucho mejor.

Sobrevivir para... quizás, algún día, vivir

Sin duda la resiliencia surge en la aceptación de una terrible realidad y, en ese sentido, ella contiene efectivamente una gran carga de resignación. Pero no es la resignación amarga del desesperado. Se trata, en cambio, de la resignación sabia de aquel que comprende y acepta la inevitabilidad de sus desgracias, su incapacidad para transformar de manera radical sus situaciones.

La vida me supera. Soy incapaz de resolver esto... pero aún estoy aquí. Eso ya es una oportunidad.

Esto, que puede parecer desesperante para los adictos al optimismo, es en realidad una actitud poderosísima para resistir las peores desgracias. Aceptar nuestra realidad, por más dolorosa que ella sea, es el primer paso para sentir paz en medio de condiciones que realmente no podemos cambiar.

Debemos entender que el mundo nos supera, los juegos macabros de políticos y poderosos no se detienen, y nuestro anhelo por una vida mejor no es un factor que determine el fin de los conflictos sociales. Nuestras voces son inaudibles y nuestro sufrimiento invisible ante todos aquellos que se sienten demasiado grandes para mirar hacia abajo.

Pero aunque no podamos definir los resultados de las sociedades donde vivimos, sí podemos decidir nuestras reacciones ante las dificultades de nuestras vidas.

Es nuestra firme consciencia de nuestra responsabilidad hacia aquello que sí depende de nosotros, lo que marca la diferencia entre una vida resiliente y aquellas vidas, caóticas y confusas, de los que solo aumentan el dolor del mundo con cada reacción, debido a su incapacidad de responder a la vida con sabiduría... su incapacidad de aceptar lo que es, más allá de nuestros deseos.