No maldigas, Julián. Microrrelato de mi infancia. (1962).

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No maldigas, Julián.


En mi niñez, tal vez, allá en 1962, por los lados de una vecina llamada Petra Pérez vivía un hombre, del que solo recuerdo que se llamaba Juan, y era mecánico, uno de los pocos mecánicos de mi pueblo natal, Las Mercedes del Llano.

El hombre tenía la característica o particularidad, que no perdía la oportunidad para proferir maldiciones de todo tipo, y contra quien fuera, o lo que fuera.

Cuando un trabajo le quedaba mal, no solo echaba sus demoníacas maldiciones, sino que también golpeaba los objetos, al punto que los destruía. Lo grave era que alguna gente decía que esa era la forma como él se desahogaba de todas las cosas que le salían mal, y recuerdo cuando mi mamá evitaba que sus niños menores de 10 años, pasáramos, tan solo cerca de ese satánico individuo.

Lo que más me impactó fue cuando lo escuché que lanzó maldiciones contra Dios y contra Jesucristo, empleando esos nombres, sin ninguna reserva.

Y, sin embargo, había quienes le aplaudían la horrible gracia, y se reían como si se tratara un chiste sano.

Ay Julián, hoy después de casi 60 años, tu imagen de hombre delgado, también con "tu triste figura" desfilando en las remembranzas de mi imaginación, y si aquella vez me causaste impresión, hoy me ocasionas una melancolía irrefrenable, al suponerte ardiendo entre llamas de un complacido Lucifer.

¿Cómo no hiciste caso nunca a las llamadas de atención que mo mamá te hacía, para que no maldijeras más, y te recalcaba?:

—¡No, Julián, chico! No maldigas, que las maldiciones se devuelven contra quien quien las dice.

Pero Julián sentía un placer muy grande, y gritaba cada vez que echaba una maldición.

Y mamá Cecilia parece que tenía razón, porque el taller de Julián iba perdiendo clientes, y los trabajos quedaban mal, por lo que las personas, ya no confiaban sus vehículos a él, y, en cambio, Carrillo, que vivía cerca del grupo escolar Rafael Paredes, era quien tenía que encargarse de repararlos.

Julián cada día iba más flaco, y al no encontrar carros que reparar, un día desapareció, como se pierde un alma por los caminos oscuros y turbios de una noche.

De seguro, ya no echaba maldiciones , porque todas las que deseaba, se le habían devuelto. Al menos, así opinaba mi mamá al respecto.

Y nunca más se llegó a saber nada de Julián



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2 comments
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Cramba pobre Julián, no escuchó los sabios consejos.

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Hola, Belkis. Sí, muy cierto. Era terrible escuchar a ese hombre en el taller. Lo oí como 2 veces, pero con eso fue suficiente, para recordarlo con su estilo.

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